Pedro Antonio Curto (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
El tiempo es lineal pero las sensaciones que de él tenemos no lo son. Tampoco las percepciones con que
contemplamos el pasado o el futuro. Y si algo nos mueve individual o colectivamente es la capacidad de elaborar
la agenda vital de las horas venideras. Pero ya desde hace tiempo, y más con el mañana, el futuro nos ha dejado
de pertenecer, nos lo han robado, un robo silencioso y lento, no sé si planificado o no, pero que está haciendo
del mundo un lugar menos habitable. El futuro sigue existiendo como espacio temporal, más se ha hurtado como
espacio trascendental, de cambio, de transformación, que históricamente ha sido un motor del progreso
bien entendido.
Lo expresa el último premio Cervantes, el poeta José Emilio Pacheco en unos versos: “Se han extraviado ya todas
las claves/ para salvar al mundo. Ya no puedo/ consolar, consolarte, consolarme.”
Se trata de ese futuro como espacio trascendental donde las generaciones entablaban una carrera de relevos con
la idea puesta en el avance social, cierto que a veces quimérica, otras utópico, pero que de una u otra forma
señalaban que lo venidero podía y debía ser mejor que lo existente. Que los avances técnicos y científicos
desarrollarían una convivencia humanística y no que ésta sería eliminada o reducida a su mínima expresión.
Pero los tiempos no avanzan en ese sentido, sino hacia las incertidumbres más negativas.
Creíamos vivir en la seguridad de ese invento llamado estado-nación que nos proporcionaba un suelo seguro
sobre el que pisar, pero resulta que ahora son frágiles edificaciones que pueden ser intervenidas por abstractos
poderes sin rostro aparente, a los que desde luego no elegimos y tampoco podemos echar. Los gobiernos se
van convirtiendo cada vez más en meros gestores.
Leviatán se mete en nuestra cama pero no tiene ni bandera, ni patria, ni siquiera sabemos como lo hace.
Se avanza hacia una sociedad infantilizada, donde deciden por nosotros, es más, no tenemos capacidad de
decisión, porque al parecer no sabemos ni entendemos. La tecnocracia nos ha robado el fuego de Prometeo.
La época con más luz puede estar gobernada desde las tinieblas. Otros saben y entienden por
nosotros, se llamen agencias, FMI, Bilderberg, o no tengan ni nombre. Incluso sonríen cuando
alguien reclama soberanía. El traje del emperador es un modelo imperante, cada vez hay menos
“niños” para decir que el rey está desnudo; la mayoría seguiría viendo al rey vestido con un hermoso
traje. La fabricación de verdades únicas e irrefutables es más poderosa que nunca. Pues como decía
Virginia Wolf: “Sí, he estado pensando: vivimos sin un futuro. Eso es lo sorprendente: con las narices apretujadas
contra una puerta cerrada”.
Las conquistas sociales de nuestra época es quedarnos como estamos, porque cualquier otra puede ser peor.
Pues ni siquiera el planeta que nos habita parecemos tenerlo muy seguro. Así los jóvenes en lugar de
“la imaginación al poder”, deben pensar en cómo asegurarse la pensión. La peor hipoteca es la vital y esa
señala férreamente todos nuestros pasos. Se están formando unas generaciones en la que ese supuesto
mundo de facilidades y posibilidades, es ante toda la supervivencia en una competitividad extrema.
Uno tiene la sensación de que el futuro que nos espera es una habitación perfectamente diseñada, donde nos
instalamos como inquilinos y con muebles ajenos. Ni siquiera tenemos hoteles donde escoger; ellos nos escogen.
Nos abocan a una carrera a toda velocidad, cuya meta es seguir aumentando esa velocidad hacia ninguna
parte. Las posibilidades de diseñar algo diferente parecen escasas y pertenecer al país de la incertidumbre.
Aquella canción que dice “al levantar la vista veremos una tierra que ponga...”, se ha convertido
en un estribillo recurrente o himno sin patria posible. Cuando la perspectiva es que la melancolía del
futuro sea la añoranza del pasado, es posible que nos hayan robado algo esencial. Nos lo dicen los
versos de José Emilio Pacheco: “Tierra, tierra, ¿por qué no te conmueves?/ Ten compasión de todos
los que viven./ Haz que nadie mañana- algún mañana-/tenga ocasión de repetir conmigo/ mis
palabras de hoy y mi venganza.”