‘No era fácil permaneciesen por más tiempo nuestras regiones libres del contagio de
la Europa, en una época en que la codicia descubrió la piedra filosofal que había buscado
inútilmente hasta entonces: una religión cuya santidad es incompatible con el crimen
sirvió de al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los
hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y
arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde
son desconocidos el oro y la plata, quedaban exentos de este celo fanático y desolador.
Por desgracia la América tenía en sus entrañas riquezas inmensas, y esto bastó para
poner en acción la codicia, quiero decir el celo de Fernando e Isabel que sin demora resolvieron
tomar posesión por la fuerza de las armas de unas regiones a que creían tener derecho en
virtud de la donación de Alejandro VI, es decir, en virtud de las intrigas y relaciones de las
cortes de Roma con la de Madrid. En fin, las armas devastadoras del rey católico inundan
en sangre nuestro continente; infunden terror a sus indígenas; los obligan a abandonar su domicilio y
buscar entre las bestias feroces la seguridad que le rehusaba la barbarie del conquistador.’
Bernardo de Monteagudo 12 de enero de 1812 (93)
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