Cuando observo conflictos en mi comunidad o en el mundo, tal vez responda con frustración, tristeza o enojo. De ser así, recuerdo que soy más que humano. Yo soy una expresión viviente de Dios, heredero de todo lo que Dios es. Hago uso de mis facultades de sabiduría, comprensión y amor para crear paz perdurable.
Centrado en la paz divina, me doy cuenta de que cada persona es una expresión de Dios, tanto como lo soy yo. A medida que las diferencias desaparecen, de un modo que trasciende el entendimiento humano, reconozco la unidad entre todas las personas del mundo.
Permito que esta realización dé forma a mis respuestas. En una conciencia de unidad con todo y con todos, mis pensamientos, palabras y acciones contribuyen a la paz del mundo.