La salud es mi derecho de nacimiento. La vida divina es real, moradora y eterna, ¡y soy Vida en expresión! Para lograr la plenitud, tengo presente que vivo, me muevo y tengo mi ser en el fluir de la vida universal de Dios.
Centro mis pensamientos, sentimientos y palabras en una conciencia de Unidad y de la Vida perfecta que mora en mí. Siento y sé que la Vida está presente y disponible para mí en toda su plenitud. Cuando mi mente está enfocada en la idea divina de salud, estoy en armonía con el ritmo y el fluir de la vida divina, y demuestro salud en mente y cuerpo. La salud es mi derecho de nacimiento, ¡y reclamo mi herencia con confianza manteniendo mi mente en la Vida!
Entonces dijo Dios: “¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza!”—Génesis 1:26
Me adapto y recobro fácilmente del cambio. Yo soy resiliente.
El cambio existe en todo momento; el tiempo avanza con cada segundo que pasa y hasta mis células están en crecimiento y renovación continuos. Sólo tengo que mirar a la naturaleza para ver que nada permanece igual. Las estaciones y las etapas de la naturaleza me enseñan que el cambio es la vida en avance y evolución.
Sin embargo, a veces me resisto y trato de forzar las cosas para que permanezcan iguales. No necesito temer el cambio, porque tengo la habilidad de adaptarme y recobrarme de cualquier reto. Confío en que todo cambio es para mi mayor bien, aunque no pueda verlo. ¡Sé que puedo perseverar porque soy resiliente!
Por eso, no nos fijamos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.—2 Corintios 4:18