Convirtámonos, si queremos obtener la bendición de Dios sobre nosotros, y evitar su maldición. No hagamos de modo que el Señor tenga que maldecirnos al final de nuestra vida.
Convirtámonos hoy mismo. No dejemos para mañana el reconciliarnos con Dios a través de una sincera confesión con un sacerdote. Hagamos un acto de contrición, pidamos perdón a Dios por haberlo ofendido y comencemos a vivir una vida nueva que, aunque tengamos nuevas caídas, el Señor siempre tendrá misericordia de nosotros si tenemos buena voluntad y nos esforzamos en ser cada día mejores cristianos.
No es mucho el tiempo disponible para la conversión, porque los tiempos se precipitan y llegará el momento en que se cerrará la puerta de la conversión y ya no habrá tiempo para ello.
No es para asustarnos, pero sí para que tomemos conciencia de que el momento es grave y que debemos tomar las cosas con seriedad y no dejar pasar este momento tan especial que el Cielo nos concede para nuestra conversión, tiempo de gracia y salvación.