Tenemos un alma inmortal.
No somos eternos, pero sí somos sempiternos. Es decir, no hemos existido desde siempre como existió Dios, pero a partir del momento en que hemos sido creados por Dios, ya no dejaremos de existir jamás.
Es bueno pensar esto porque ya no moriremos más, y lo que hagamos en este mundo, marcará nuestro destino para la eternidad. Destino de Luz, si cumplimos los Diez Mandamientos y morimos en gracia de Dios; destino de tinieblas y horror, si despreciamos los Mandamientos y al final morimos en pecado mortal.
Vivir en la tierra es algo que tenemos que tomar muy en serio, y no dejar pasar el tiempo en balde, sino aprovecharlo para ganarnos el Cielo.
Hoy muchísimos hombres y mujeres viven de acuerdo a sus pasiones y a sus más bajos instintos, incluso contra natura, y así son engañados por Satanás, que los quiere tener para siempre en su Infierno.
Nosotros no debemos juzgar ni condenar a nadie, pero no nos hagamos cómplices de los pecados de los demás, y si bien hay que tener caridad con los que pecan, hay que ser intransigentes con el pecado. Hay que matar el error, y amar al que yerra.
Recordemos que las almas se salvan con la oración y el sacrificio. Porque ya lo dijo la Virgen de Fátima: “Hay muchas almas que van al Infierno porque no hay nadie que rece y se sacrifique por ellas”.
Salvemos en primer lugar nuestra propia alma, y también trabajemos por la salvación de nuestros hermanos, en primer lugar con la oración y la penitencia, y luego también con el apostolado.