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General: Reflexiones espirituales : Día de muertos
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De: perladelmar (Mensaje original) |
Enviado: 28/10/2010 03:12 |
Reflexiones espirituales : Día de muertos
Día de muertos, día de reflexión y meditación. Es cuando se nos arruga el alma al saber que tendremos que morir. Es lo único seguro , es lo inevitable, pero no lo aceptamos y preferimos cambiar el tema.
Jugamos a vivir, sabiendo que tendremos que morir. Vivir es ir muriendo cada día, porque cuando nacemos nuestro reloj biológico comienza su marcha hacia el final. Le tenemos miedo a la muerte, porque desconocemos qué misterio esconde detrás de su oscuro manto.
Cuando llegue el día del encuentro con la muerte cerrarán nuestro ataúd, y el silencio y las sombras abrazarán nuestra alma. Cuando todo haya terminado y la esperanza haya muerto, la única luz que alumbrará "nuestra vida" serán las obras que dejamos, el bien que en esta vida realizamos y los frutos que en nuestro entorno logramos plantar.
Nadie muere del todo, si cuando se va deja amistad, servicio, bondad, sonrisas y amor con su presencia.
La muerte nunca tendrá la victoria, pues le ganamos la partida al dejar lo mejor de nosotros en los seres que servimos, ayudamos y amamos.
Día de muertos, día de reflexión y meditación, para pensar en la muerte y poder disfrutar de la vida. "El cristiano no le puede tener miedo a la oscuridad de la muerte, pues ha depositado su fe en Cristo, que es antorcha de amor y de esperanza, la cual alumbrará nuestra vida hacia la eternidad". Roberto Díaz y Díaz. Mérida, Yucatán,
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Las ofrendas con motivo del "Día de Muertos" o de los "Fieles Difuntos" es una costumbre muy arraigada entre los mexicanos, que rinden culto a sus seres queridos que han pasado a mejor vida, expresó la Antrop. Elvira Tello Cadena, maestra del Instituto Campechano, durante la conferencia "Día de Muertos, tradición mexicana", que ofreció en el auditorio "Hernán Loría Pérez" del Instituto de Cultura.
-El Hanal Pixán es una tradición que se practica desde la época prehispánica, tan añeja como la existencia de las tumbas de Palenque, Montealbán o Jaina, necrópolis maya en Campeche -manifestó en la plática que ofreció con motivo de la fiesta de los fieles difuntos, que comienza el 31 de octubre y termina el dos de noviembre en la ciudad.
-La ofrenda fue o puede ser un homenaje, un presente o un sacrificio, uso tan común de los antiguos mexicanos -agregó-. Los pueblos prehispánicos mayas tenían una cosmovisión vertical del mundo, formado por varios cielos, paraíso e inframundos, integrados en dos vertientes, una superior y una inferior.
-Entre la gente del pueblo maya existía la costumbre de enterrar al muerto en el patio de su casa, donde le construían un corral como de dos metros para depositar ahí su cuerpo junto con objetos de barro, metales, collares de cuentas de caracol o concha marina, platos y vasijas de barro pintadas de azul turquesa. -En Jaina los restos de los muertos se depositaban en una vasija o se amortajaba al muerto con petates o telas -explicó.
-Todos los cultos de los pueblos prehispánicos que habitaban Mesoamérica fueron catalogados de paganos, pero actualmente, nuestras tradiciones y costumbres son respetadas.
-Para estas fechas las familias colocan sus ofrendas en un altar, elaborado especialmente para rendir culto a su fieles difuntos, a quienes les preparan las comidas que más les gustaba y las bebidas de su preferencia.
-En algunos monumentos los familiares del difunto colocan su foto como muestra del respeto que todavía se le tiene -concluyó.
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Receta para los pibes: El hambre que tienen los muertos
Detrás del folclor local (Hanal Pixán) y del importado ("halloween") hay significados, desde luego, que rebasan lo que inmediatamente vemos y cuando menos en el que mejor conozco, nuestro Hanal Pixán, el significado encierra una especial ternura: agasajar a los muertos con una fiesta de sabor, color y rezo que muestra cómo el amor puede perdurar más allá de la muerte física. De la manera más simple puede parecer que Hanal Pixán es una costumbre que repetimos con cierta inercia divertida, pero rascando un poco en sus ajetreos de ollas, masa aderezada, huecos ardientes y mesas donde se congregan los familiares vivos en honor de los familiares muertos, subyace, como debajo de cada tumba, la idea de una permanencia espiritual, una presencia más que fantasmal porque el recuerdo es vida y es amor.
Donde mejor se encuentra este significado que honra a quien lo recibe y, quizá más, a quien lo ofrece, no es en las mesas urbanas en las que la sofisticación puede restarle un poco de su magia simpática, sino en las rurales, donde los oferentes ciertamente piensan más en los homenajeados desaparecidos poniendo sus fotografías entre ramitos de amor seco, y disponiendo aquellos manjares que recuerdan cómo agradaban y a quienes ya no pueden degustarlos como antes: ciertos dulces caseros, cigarrillos, bebidas alcohólicas, frutas... Y flotando sobre las mesas artísticamente presentadas, las oraciones: ese alimento verdadero para su actual estado completamente espiritual.
Esto es lo más rescatable de la inveterada costumbre que mezclando las herencias española y aborigen ha encontrado un noble punto de convergencia: la muerte es universal y en su eternidad es una modalidad de la vida la que, desde este lado, es considerada como superior y no de balde se dice con alguna envidia que puede sonar irónica: pasar a mejor vida.
No podemos sino especular acerca de la calidad de esa vida mejor porque al pensar en la muerte ajena (la única que nos hace pensar) dilatamos las fronteras corporales y sentimos que no todo puede agotarse en ella y como que una exigencia de trascendencia se desprende de esta gana de vivir para siempre.
Supongo que es de todo punto incomparable la meditación sesuda de un grave filósofo ante el hecho incontrovertible de que la ocasión mundana caducará, con la sencillez y simpleza de las manos diligentes que impregnan de achiote la masa amarillenta de los pibes, que escarban en la tierra para depositar el manjar crudo sobre piedras recalentadas cubriéndolo con hojas y que después decoran una mesa modesta pero rica en cariño. Son experiencias incomparables ciertamente pero su sentido es el mismo, al cabo, pues es creer que el cese de las funciones corporales no aniquila sino que transforma y aparta pero no excluye definitivamente a las presencias amantes, amadas y amables. Por un lado ese sentido trascendente es un discurso enhebrado con elaboradas premisas, mientras que por el otro es un trajín que culmina en un platillo suculento.
Somos capaces de amar con tanta intensidad que no nos arrebata completamente el zarpazo helado de la Parca a alguien tan nuestro que después de todo los dedos del alma seguirán acariciándolo. "¿Dónde está muerte tu victoria?", se pregunta San Pablo cuando comprende que en el evento triunfante de la Resurrección de Cristo está el significado completo del drama redentor: no en la cruz infamante, no en la humillación de la corona espinada, no en el flagelo de la traición más doloroso que los látigos romanos, no en la muerte provisional, sino en una tumba excavada en la roca pero ya vacía.
Es la esperanza de la Resurrección lo que da más sabor a los pibes que todos los recados y las carnes sazonadas. Es la confianza de que hoy comeremos los vivos en honor de los muertos como anticipación de un festín en el que, por fin, volveremos a estar todos juntos compartiendo.
Por eso, sobre esas mesas gozosas (¿por qué habrían de ser tristes?) la mejor ofrenda no es la comida ni la flor sino la oración: es eso lo que las almas vendrían a recoger del homenaje que les dedicamos y hay que dárselo.
Por eso, en este Día de los Muertos, compartamos el pan y la sal con los comensales vivos y ofrezcamos a aquellas presencias intangibles lo que mejor puede colmar su hambre de trascendencia: una oración.- E. M. R. de O.- Mérida, Yucatán,
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Los fieles difuntos. Hoy la esencia religiosa
Hoy la esencia religiosa de esta vieja y seca laja no está sólo en sus iglesias y en sus cementerios; anda flotando en el monte obscuro y en las casitas de paja olorosas a estoraque, a flores frescas y viandas.
Más que fiesta de los muertos, es del maíz, cuya blanca masa se ofrenda en mil formas, en el altar de las almas.
Entre chocolates, panes, relleno negro, naranjas, dulces, jícaras de atole, xec, licor y un vaso de agua, campea, orondo y redondo, entronizado monarca, el humeante mucbilpollo reventón de puerco y grasa.
Ya las ánimas "comieron" y saborearon la "gracia", se rezaron los rosarios, y la casa está animada al calor de los manjares, cerveza y licor de caña.
Todo se va recogiendo.
En breve es noche cerrada.
Hileras de veladoras brillan en las albarradas.
Los animales del patio están inquietos, y ladran los perros en los caminos.
El "soch" cantó en la enramada.
Hoy vela el Mayab su noche, la gran noche de las almas.
Fernando AVILA PRADO
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La mesa del Hanal Pixán Importancia de nuestras costumbres
El Hanal Pixán es una costumbre ancestral que afortunadamente nuestro pueblo maya no ha olvidado en su totalidad, pero que cada vez se hace más distante de las generaciones jóvenes.
Hasta hoy, en las poblaciones del interior del Estado, la creencia con respecto a las ánimas y su comportamiento aún sigue viva, en especial entre los más viejos.
Tengamos en cuenta que mientras más claridad existe en la concepción del ser humano sobre lo que es su naturaleza, su esencia, su destino, más fácil se le hace encontrar un sentido positivo y mejor definido que le permite crecer y desarrollarse como persona.
Sin duda, la creencia del pueblo maya está orientada hacia el sentido de trascendencia. El destino del hombre no termina con su muerte. Su caminar sigue hasta más allá del aparente final. El alma para el indígena de Yucatán no muere; se va pero vuelve, con el pretexto de "gustar" de nuevo de las cosas de este mundo, como la comida, de la que toma la substancia. Los difuntos "sienten" igual que como eran en vida; por eso se prepara un altar para el ánima que fue muy alegre en vida; esta mesa se pone fuera de la casa para que departa alegremente con los amigos sin estorbar a quienes allá habitan.
A los niños, por ejemplo, se les pone en la mesa juguetes, dulces y un colorido de flores y velas. Los altares para los adultos son más serios, adornados con velas negras, cafés o blancas y en las flores, predominan las de color morado y amarillo. En cuanto a la comida, a los difuntos adultos se les pone los guisos que más les gustaban, mientras que a los niños comidas no muy condimentadas, igual que las que solían comer.
¿Quién no tiene un familiar que se ha adelantado en el viaje. Un ser querido para recordar en este día de los fieles difuntos? Sin embargo, la tradición se va olvidando. La costumbre va muriendo con nuestros muertos. Los altares del día de difuntos no tienen sentido para quien no los entiende; mucho menos para quien no los conoce.
En la actualidad, el folclor se va vistiendo de bruja o de fantasma, costumbres del país vecino. Las calabazas chimuelas y las negras siluetas de gatos erizados adornan la tradicional fiesta del 2 de noviembre. El Halloween es bien identificado por los jóvenes, aunque a veces no sepan ni pronunciarlo correctamente.
Ese "collage" que hacemos de culturas y costumbres ajenas hacen que lo nuestro se vaya perdiendo. Se va sepultando en las tumbas antiguas y eso no es bueno para nuestra idiosincrasia. Si estamos orgullosos de lo que somos, debemos buscar en nuestras propias raíces lo que hemos sido para poder llegar a ser lo que nosotros, mexicanos-mayas, tenemos que ser.
Es necesario conocer las tradiciones propias del terruño porque allá está la clave para conocernos a fondo; para aprender a querernos como somos y para que podamos disfrutar de lo que tanto disfrutaban nuestros abuelos y apreciar en lo que creían.
Aprendiendo de nuestro pasado podemos vivir nuestro presente de una manera más auténtica.
Este año yo aprendí que las ánimas que el día de hoy se acercan a comer el Hanal Pixán tienen sentimientos: aman, ríen, lloran y sienten miedo algunas veces (por eso se les alumbra con velas), pero siempre siguen un camino, seguramente para su bien.
Esa es la buena noticia que me deja a mí el Hanal Pixán, mensaje que no voy a perder de vista.
Ojalá que cada vez se fomente más la costumbre de comer el mucbilpollo y de poner mesas de Hanal Pixán, adornándolas con las fotos de nuestros queridos difuntos, con la certeza de que ellos vienen a disfrutar todo ese folclor junto con nosotros.- Linda Pino de Cámara.- Mérida, Yucatán,
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