Comulgar.
Ser santos es divinizarnos de tal modo que nos parezcamos a Dios. Pero esto no lo podemos lograr solo con nuestras fuerzas, sino que necesitamos de Dios mismo que nos eleve a su altura. Y el medio más eficaz para alcanzar la divinización, es decir, la santidad, es comulgando frecuentemente, con amor y devoción.
Es importante que mejoremos nuestra forma de recibir a Jesús Sacramentado, porque de lo contrario nos puede suceder como a esas personas a las que se les regala un tesoro y, como no conocen su valor, lo tiran a la basura o, por lo menos, lo dejan arrinconado sin hacer caso de semejante don.
Así también nos puede pasar al recibir la Comunión, que es el Tesoro de los tesoros, ya que es el mismo Cristo, el mismo Dios, quien viene a nosotros con todo su poder y todos sus dones y gracias. Según sea el amor y devoción con que lo recibamos, así serán también prodigiosos los frutos de santificación que obtendremos.
Pero aunque nuestras comuniones no sean perfectas, e incluso sean muy imperfectas, ¡NO DEJEMOS JAMÁS DE COMULGAR!, porque la Comunión frecuente libra de todo mal, y nos va haciendo santos sin que nos demos cuenta. Solo debemos dejar de comulgar si estamos completamente seguros de haber cometido un pecado grave, entonces sí tenemos que confesarnos con el sacerdote y luego seguir comulgando.
Porque cada vez que comulgamos bien, es decir, en gracia de Dios, nos hacemos más semejantes a Dios, más santos.