Cuando los hijos se van
Nueve meses de espera, por fin llega el día soñado, tenemos entre los brazos un pedacito de cielo con el que Dios, en su infinita bondad nos premia, algo nuestro, alguien que su vida depende de los cuidados de los padres, pero la espera no termina allí.
Esperamos con ansias sus primeras palabras, sus primeros pasos, hasta esperamos impacientes el momento cuando por fin nos pidan el juguete que ven en una vitrina de exhibición.
Por fin se llega el momento de suprema felicidad, nuestro hijo se va a la escuela, gozamos y celebramos sus triunfos, van subiendo de grados y comparten con nosotros sus ideas, sus dudas y todos los momentos felices de su niñez.
Poco o nada nos damos cuentas que el bebé ya no es un bebe, es ahora un niño que a pasos agigantados esta dejando de serlo, se convierte en adolescente y muy pronto, llega a los años de adulto y comienza a pensar en dejar el nido que hasta entonces lo ha cobijado con amor, dedicación y esmero.
Nos aturde la idea de ver cómo han crecido, que se deben independizar nos preocupa, porque muy en lo profundo, no hemos dejado de verlos como niños, y que necesita todavía de nosotros.
No podemos dejar de sentir vacío, melancolía, añoranza porque muchas cosas cambian y aunque la familia sea numerosa seguimos extrañando al que dejó el nido y voló en busca de su propio nido de cielo.
La rutina cambia, ya no tenemos que cocinar para ellos, se terminaron los juegos, ya no hay a quien despertar por las mañanas ni a quien esperar.
¿Suena triste? Sí; Si lo es, porque es inevitable extrañarlos, queremos verlos muy seguido, porque nos cuesta aceptar que la separación, el crecimiento y maduración son procesos normales, por los que alguna vez, nosotros también pasamos.
Muchas veces es difícil dedicar ese tiempo que antes no tuvimos a nosotras mismas, como en todo proceso, el primer paso es lo más difícil y son esos momentos en los que debemos pensar más en nosotras, hacer lo que antes no pudimos hacer porque le dedicábamos nuestra vida a nuestros hijos durante los años de su formación.
Ahora podemos realizar los sueños que quedaron suspendidos, ahora es tiempo para madurarlos y hacerlos realidad, empleemos ese tiempo que ahora tenemos en nuestras manos y tratemos de dejar atrás las preocupaciones de cuando los hijos se nos enfermaban, de cuando nos necesitaban para dormirse con canciones de cuna y oraciones a Dios, o para protegerse del imaginario “cuco” que se escondía bajo su cama.
Se nos pasó el tiempo de decir “no” cuando queríamos decir “sí”, fijémonos metas y objetivos y descubramos que queremos lograr, y mientras nuestros hijos ahora cumplen la tarea que antes fue nuestra con sus propios hijos, retomemos nuestros proyectos interrumpidos o emprendamos nuevos, y admitamos graciosamente que ya nuestros hijos han crecido, que no nos necesitan como antes, y que ahora son ellos quienes ocupan el lugar de padres.
Y tú amiga, ¿estás preparada para cuando tus hijos emprendan su propio camino?
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