Vivir como resucitados.
En el bautismo hemos muerto con Cristo y resucitado a una vida nueva. Por eso debemos tomar conciencia de que tenemos que vivir ya como resucitados, como hombres nuevos, porque en nosotros Cristo ha vencido a la muerte.
Efectivamente si Cristo no hubiera venido a salvarnos, todos los hombres estaríamos destinados al Infierno. Pero el Verbo de hizo carne para morir por nosotros y resucitando venció a la Muerte y nos abrió las puertas del Cielo. Ahora tenemos esperanza de ir al Cielo, y por eso debemos vivir siempre contentos, siempre alegres, porque a pesar de las cruces y tristezas de esta vida, sabemos que todo lo de aquí abajo pasará, y que nos espera la felicidad sin fin y sin medida, si somos fieles a Dios.
El Cielo hay que empezarlo a vivir aquí en la tierra, y para ello el Señor nos ha dejado la Iglesia y los sacramentos, para que recibiéndolos, empecemos a vivir el Paraíso en este mundo.
¡Qué bueno es Dios, que da todo lo necesario a quien quiere salvarse y vivir feliz!
Y entonces ya estaremos siempre alegres, porque tendremos en el fondo del alma la alegría de sabernos salvados por Dios, y a pesar de todo lo malo que nos pueda suceder en esta vida, sabemos que todo pasará y que todo, al final, se arreglará, y seremos felices por toda la eternidad.
Imaginemos una persona que está a punto de morir por una enfermedad grave, y de pronto se cura. Estará muy feliz de haberse salvado de ese trance, y estará tan contenta, que todo lo que le suceda en adelante, lo tomará como una nada, debido a la alegría que tiene de estar vivo y de haberse salvado de la muerte.
Nosotros también debemos estar felices porque gracias a Jesús nos hemos salvado de caer para siempre en el Infierno. Y entonces, todo lo que nos pase en este mundo, debemos tomarlo como una nada, porque la alegría de la salvación nos debe embargar.