El Rosario, son diapositivas que pasan por delante de nuestros ojos. En ellas, brilla la luz del gozo por la venida del Angel anunciador, la Visitación de María a Isabel, el Nacimiento de Jesús en Belén, la Presentación del Señor en el templo o su reencuentro con la familia después de haber estado perdido.
El Rosario, es una película que tiene el fondo de la luz que irradia el Bautismo en el río Jordán, la revelación de Jesús en las bodas de Caná, su Anuncio invitando a la conversión, la Transfiguración en el Tabor o su presencia –misteriosa y permanente- en la Institución de la Eucaristía.
El Rosario, son imágenes enmarcadas en el dolor de un Cristo que ora antes morir, que permanece de pie en su Flagelación, despierto en la Coronación de Espinas, fuerte con la Cruz a Cuestas o con escasas palabras a la hora de morir en la cruz.
El Rosario, son momentos de gloria y de triunfo que emergen de la Resurrección del Señor, por su Ascensión al cielo, por la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés, por la Asunción de María a los cielos o por el despertar de conciencia que supone para todo cristiano el Misterio de su Coronación.
Sí; ciertamente.
El mes de mayo es esa gran pantalla gigante donde, a través del rosario, Dios nos va proyectando veinte imágenes que nos animan a vivir el gozo de la fe, a tomar la luz del evangelio, a ser conscientes del dolor que conlleva el ser seguidores de Jesús y, sobre todo, a gustar las horas de felicidad y de vida, de triunfo de claridad, de alegría y de eternidad que nos trajo la Resurrección de Cristo.
Todo ello, porque nos gusta, lo saboreamos –en cada diapositiva, imagen, película y momento- con el sonido del Ave María.
Todo ello en la primavera, que es sinónimo de vida, lo reavivamos con diez Ave Marías en cada imagen. Porque, cada diapositiva divina, merece nuestra atención, contemplación y veneración, las pregonamos con un Padrenuestro. Y con él, le pedimos a Dios que nos haga entrar de lleno en el fondo del Misterio. Que nos haga disfrutar con el fruto de cada uno de esos veinte momentos con el Padre, el Hijo o el Espíritu.
El mes de mayo, por ser el tiempo donde la naturaleza estalla en multitud de colores y de contrastes, también el corazón del creyente se agranda para amar un poco más a Dios, por Maria.
El mes de mayo, por se el tiempo en que la cosecha crece, la mente del creyente se detiene –durante veinte minutos escasos- para contar, no los bienes materiales, y sí las 50 cuentas de un rosario que tienen sabor a gozo, fondo de luz, color de dolor, pero anuncio de gloria y definitiva vida para el que cree en Jesús y, por María, sabe encontrarlo y nunca perderlo.
Amén.
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