El centro del cristianismo es la actualidad de Jesucristo, es decir, su Presencia poderosa, amigable, en nuestra vida, en nuestra existencia hoy.
Y es que Él, por su santa Pascua, está vivo, aquí y ahora, presente, caminante, glorioso, Señor de todo.
¡Ah!, ¿pero no fue un personaje del pasado que nos dijo que había que ser solidarios? ¿Él no fue alguien que vivió hace ya mucho y decía que fuésemos buenas personas? ¿Un profeta religioso? ¿Un revolucionario? Más bien no. Esa es la imagen ilustrada, es decir, de la Ilustración, de la post-modernidad y del secularismo reinante.
Si no está vivo, nada tiene sentido. Si se le confina encerrado al pasado y a un mensaje ético, ¿cómo tocaría hoy nuestra vida, la salvaría, la santificaría? ¿Sería solamente un ejemplo a seguir, o sería su amistad y su gracia la que permitirían que viviésemos?
No. No es un personaje del pasado que se quedó en el pasado, sino que es Presente, Actuante, Señor del tiempo y contemporáneo nuestro. Actual.
Ese es el secreto y la alegría de la Pascua. El moralismo cayó en picado; el humanitarismo mostró sus límites. El lenguaje cansino de la "solidaridad", los "valores", ser "buenas personas", se desmoronó como la ideología que lo sostenía.
Estamos en algo distinto: el Señor está vivo, presente, se nos da y nos ama. De su Gracia depende todo, por lo cual la vida se transforma en algo hermosísimo y sin límites, llegando a la eternidad.