Esta leyenda o cuento, nació en el sur de Gales en lo alto
de las Montañas Negras donde hay un misterioso lago.
Muy cerca de allí, en una humilde granja, moraba una
viuda con su hijo Dafydd. quien acostumbraba a llevar
el rebaño a pastar junto al lago. Así pues, cierta mañana,
al joven le sorprendió ver brotar de sus aguas a una
hermosa joven de piel muy blanca y larga cabellera
rubia, que comenzó a peinarse haciendo servir la
superficie del lago como espejo.
Maravillado, Dafydd aproximóse porque no daba
crédito a sus ojos, y sin saber que hacer no se le
ocurrió otra cosa mejor sino ofrecerle su desayuno
que consistía en un pedazo de pan y un trozo de queso.
El hada se le acercó andando por encima del agua, pero,
aunque sonreía, no aceptó el presente, y le dijo que no era
con un mendrugo de pan seco como la conquistaría,
advertido lo cual desapareció dentro de las aguas del lago.
De regreso a la granja fue a contarle a su
madre lo sucedido y ella le recomendó que, la
próxima vez, le llevara masa de pan a la
mágica criatura. El consejo fue escuchado por
Dafydd y al siguiente día corrió al lago con su rebaño.
La estuvo esperando horas y horas y al atardecer,
cuando ya desesperaba, el hada compareció, más
bella que el día anterior si cabe, y Dafydd le
ofreció de nuevo su presente, rehusándolo ella otra
vez, con el añadido de sus enigmáticas palabras
de que no era con masa de pan como la conquistaría.
Desolado, regresó el joven a la granja y entonces
su madre le aconsejó que probara llevándole un
pan a medio cocer.
Daffyd madrugó muchísimo para estar cuanto
antes en el lago a la mañana siguiente, pero
madrugó en vano porque las horas fueron
transcurriendo y el hada no se presentaba. Llegó
la noche y él se iba a marchar muy apesadumbrado
cuando vio que avanzaban sobre las aguas del
lago varias vacas negras y detrás surgió ella.
Daffyd corrió a su encuentro metiéndose en el lago,
le ofreció por tercera vez el pan y el hada aceptó
sonriente. Él estaba tan emocionado que bajó la
vista sin saber que decir, descubriendo en ese
momento que ella mostraba roto un lazo de su
sandalia izquierda.
Al cabo Daffyd, reunió todo su valor, y le dijo:
-Hada del lago, me he enamorado de ti y te
ruego que consientas en ser mi esposa.
Semejantes palabras la sorprendieron, pero,
después de escuchar durante mucho rato las
apasionadas palabras del joven, acepto tomarle
por marido, con una condición.
-Nos casaremos y no me separaré de ti hasta
que no me maltrates de obra por tres veces y
por tres veces me grites.
Daffyd juró y perjuró que nunca haría tal cosa,
que antes se cortaría la mano que hacerlo.
Mientras tales juramentos profería, ella dio
media vuelta abismándose en interior
del lago.
Daffyd pensó que se le había burlado y decidió
quitarse la vida, para lo cual trepó a una alta
roca y ya iba a tirarse de cabeza al lago cuando
en ese instante pudo escuchar una fuerte voz que exclamaba:
-¡Detente, joven irreflexivo, desciende ahora
mismo de ese peñasco y acércate!
Dafydd miró hacia abajo descubriendo a un
anciano caballero de noble aspecto al que
acompañaban dos lindas doncellas.
Olvidando sus propósitos suicidas, descendió.
-Se me ha dicho que pretendes casarte con
una de mis hijas -le dijo el caballero-, puedes
hacerlo ya que otorgo mi consentimiento, mas
antes debes señalarme a aquella a quién te hayas declarado.
Dafydd se sintió muy seguro de su victoria, sin embargo,
en cuanto contempló a las dos hermanas dióse
cuenta de su error ya que ambas eran tan
idénticas que parecían gemelas, e incluso
vestían y peinaban de igual manera.
Muy desalentado, estaba a punto de darse por
vencido cuando una de las dos hizo un imperceptible
movimiento con el pie y al fijarse pudo él advertir
que calzaba la sandalia rota de su amada aparición.
-¡Esta es! -exclamó jubiloso Dafydd, cogiéndola de la mano.
-Muy bien -dijo el anciano-, has elegido correctamente.
Te la doy por esposa con una espléndida dote de vacas,
cabras, ovejas, cerdos y caballos. Ahora bien, no tienes
que olvidar que si llegas a maltratarla de obra por tres
veces y por tres veces le gritas, regresará al fondo del
lago conmigo y nunca más la volverás a ver.
Dafydd volvió a jurar y perjurar que él no haría
jamás semejante cosa, pues antes se cortaría una
mano que hacerlo, y el trato quedó cerrado
desapareciendo el padre con su otra hija,
y marchándose Dafydd y su prometida con la
escolta de un inmenso rebaño que, brotando
de la nada, les siguió mansamente hasta la granja.
El hada del lago y Dafydd se casaron al poco
tiempo y fueron muy felices durante varios años.
Cierto día, Dafydd y su esposa, tuvieron que ir a
una boda que se celebraba en el pueblo más
próximo pero hallábase un poco lejano para ir a pie.
A medio camino su esposa se quejó de cansancio
y el marido fue a buscar un caballo. Como ella le
había pedido que le trajese los guantes, olvidados
al salir, Dafydd regresó con montura y encargo al
mismo tiempo, mas, para su sorpresa ella le dijo
entonces que ya no quería ir a la boda, "porue
es mejor así", lo cual enfadó mucho a Dafydd,
quien, sin poderse contener, la abofeteó
con los guantes mientras le gritaba:
-¡Por supuesto que irás, ya estás montando
en el caballo inmediatamente!
Ella subió al caballo y le dijo con tristeza:
-Recuérdalo, esta es la primera bofetada que
me pegas si me maltratas de obra dos veces
más y me gritas, ya sabes lo que sucederá.
Dafydd recapacitó entonces acordándose de
su juramento y se prometió a sí mismo no
volver a maltratar a su esposa nunca más
ni de obra ni de palabra.
Pero transcurrió el tiempo, y fueron de nuevo
invitados, en esta ocasión a un bautizo.
Estaban en medio de la fiesta que siguió,
todos muy contentos y brindando a la salud
del recién nacido, cuando el hada del lago
se echó a llorar con desconsuelo, mirándola
todos muy sorprendidos y su marido el primero.
-¿Por qué lloras? -quiso saber Dafydd, a lo
que ella repuso en voz lo suficientemente alta
para que todos la oyeran:
-Lloro por la suerte de este pequeñín cuyos
días sobre la tierra van a ser muy cortos.
Los asistentes se quedaron desagradablemente
impresionados , sobre todo los padres del niño
como es de imaginar, y Dafydd, que por otra
parte había bebido más de la cuenta, la agarró
por los hombros sacudiéndola con rudeza.
-Pero, ¿qué dices, es que te has vuelto loca? -gritó.
Ella, con las lágrimas resbalándole por las mejillas, le dijo:
-Recuérdalo, me has maltratado de obra y de
palabra por segunda vez, si lo haces una tercera
ya sabes lo que sucederá.
Dafydd se asustó mucho al oírla y prometióse
a sí mismo, que nunca más volvería a maltratar a
su esposa ni de obra ni de palabra.Transcurrió
el tiempo, no demasiado, y un mal día fueron
llamados al entierro de aquel niñito cuya
desaparición había predicho el hada del lago.
Se hallaban todos en tan triste reunión, cuando
en el momento en que bajaban el ataúd
a la fosa, ella se echó a reír alegremente en
medio de la consternación general
-¿Qué estás haciendo, desgraciada, es que no
tienes en cuenta el dolor de estos padres?
-exclamó su marido horrorizado, a lo que
ella redobló sus risas.
Escuchando aquello Dafydd, sin pensárselo
dos veces, le cruzó la cara con un par de
bofetadas, y en ese preciso instante
comprendió lo que acababa de hacer.
El hada del lago dejó de reír y contemplando
con tristeza a su marido, le dijo:
-Mi risa la producía la alegría de saber que
este pobre niñito había dejado de sufrir por
causa de su enfermedad... Esposo mío, me
has maltratado de obra y de palabra por
última vez. Todo ha concluido entre nosotros;
no volverás a verme. Adiós.
Y así diciendo el hada desapareció y nunca
más Dafydd volvió a verla, lo que le originó
tan grande dolor y arrepentimiento que un
día se metió andando en el lago hasta que
el agua le cubrió por entero sin que su cuerpo