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General: FUSILES Y MUÑECAS
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De: Delfina (Mensaje original) |
Enviado: 17/06/2012 02:10 |
FUSILES Y MUÑECAS
CUADRO REALISTA
Juan y Margot, dos ángeles
hermanos Que embellecen mi hogar con sus cariños Se entretienen con juegos
tan humanos Que parecen personas desde niños.
Mientras Juan, de tres
años, es soldado Y monta en una caña endeble y hueca, Besa Margot con
labios de granado Los labios de cartón de su muñeca.
Lucen los dos sus
inocentes galas, Y alegres sueñan en tan dulces lazos; El, que cruza
sereno entre las balas; Ella, que arrulla un niño entre sus
brazos.
Puesto al hombro el fusil de hoja de lata, El kepis de papel
sobre la frente, Alienta el niño en su inocencia grata El orgullo viril de
ser valiente.
Quizá piensa, en sus juegos infantiles, Que en este
mundo que su afán recrea, Son como el suyo todos los fusiles Con que la
torpe humanidad pelea.
Que pesan poco, que sin odios lucen, Que es
igual el más débil el más fuerte, Y que, si se disparan, no producen Humo,
fragor, consternación y muerte.
¡Oh, misteriosa condición
humana! Siempre lo opuesto buscas en la tierra; Ya delira Margot por ser
anciana, Y Juan, que vive en paz, ama la guerra.
Mirándoles jugar me
aflijo y callo: ¿Cuál será sobre el mundo su fortuna? Sueña el niño con
armas y caballo, La niña con velar junto a la cuna.
El uno corre de
entusiasmo ciego, La niña arrulla a su muñeca inerme, Y mientas grita el
uno: Fuego! fuego, La otra murmura triste: Duerme, duerme.
A mi lado
ante juegos tan extraños Concha, la primogénita, me mira: ¡Es toda una
persona de ses años Que charla, que comenta y que suspira!
¿Por qué
inclina su lánguida cabeza Mientras deshoja inquieta algunas flores? ¿Será
la que ha heredado mi tristeza? ¿Será la que comprende mis
dolores?
Cuando me rindo del dolor al peso, Cuando la negra duda me
avasalla, Se me cuelga del cuello, me da un beso, Se le saltan las
lágrimas y calla.
Sueltas sus trenzas claras y sedosas, Y oprimiendo
mi mano entre sus manos, Parece que medita en muchas cosas Al mirar cómo
juegan sus hermanos.
Margot, que canta en madre transformada, Y
arrulla a un hijo que jamás se queja, Ni tiene que llorar desengañada, Ni
el hijo crece, ni se vuelve vieja.
Y este guerrero audaz de tres
abriles Que ya se finge apuesto caballero, No logra en sus campañas
infantiles Manchar con sangre y lágrimas su acero.
¡Inocencia! ¡Niñez!
¡Dichosos nombres! Amo tus goces, busco tus cariños; Cómo han de ser los
sueños de los hombres, Más dulces que los sueños de los niños!
¡Oh,
mis hijos! No quiera la fortuna Turbar jamás vuestra inocente calma, No
dejéis esa espada ni esa cuna: ¡Cuando son de verdad, matan el
alma!
Poemas de:
Juan de Dios
Peza
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