No queramos crecer.
Cuando los hijos son pequeños, los padres les proveen todo; pero cuando se hacen mayores, ya los padres les dicen que deben ganarse la vida por sí mismos.
Para no oír esto de nuestro Padre del Cielo, tenemos que permanecer siempre pequeños, en su regazo, y lo hacemos así cuando lo recibimos todo de Él, y nos sentimos una nada ante Dios, y no nos creemos dueños de nuestras virtudes y dones, sino que sabemos que todo es don de Dios y los usamos en tanto y en cuanto Él así lo quiere.
¡Qué hermoso es ser pequeño en los brazos de Dios, en los brazos amorosos de María! ¿Acaso en nuestra vida de adultos no extrañamos a veces las caricias maternas de niños, o los besos de papá? Pues bien, seamos niños de espíritu y no nos faltarán las caricias de la Virgen, nuestra Mamá del Cielo, y los besos de nuestro Padre Dios, que se inclinará sobre nosotros y nos colmará de dones y gracias.
Porque en una familia siempre los preferidos y más atendidos son los pequeñuelos. Entonces nosotros seamos los pequeñuelos de Dios y de María, y seremos mimados especialmente y el Señor no nos enviará cosas muy grandes que no podamos soportar, ni alimentos muy sólidos que no podamos digerir, sino que todo lo proveerá a nuestra pequeña medida.