¿Por qué piensas siempre que los otros, amigos, conocidos y vecinos, son más dichosos, y dices con ligereza: a los otros les va mucho mejor, y yo doy lo mejor de mí y no llego a nada...?
La otra orilla siempre es más bella. Yace muy lejos.
Como petrificado, miras fijamente hacia la bella claridad.
Jamás tuviste en cuenta que también los de la otra orilla te observan y piensan que posees mucha más felicidad, pues ellos solo ven tu parte agradable.
Tus pequeñas y grandes preocupaciones no las conocen.
Vivir feliz es un arte.
Para ello conviene sentirse satisfecho.
La felicidad no está en la otra orilla... Está en tu forma de ver tu orilla.
Aprecia la orilla donde Dios te puso, y no creas que la otra es la mejor, pues Dios te puso donde debes estar.
Los seres humanos tenemos la tendencia a pensar que todos los acontecimientos y circunstancias ajenas a nosotros son mejores que las propias.
Miramos la riqueza del vecino, el progreso de otros países y repetimos, a fuerza de tanto escucharlo, que todo tiempo pasado fue mejor.
Reparamos siempre en las cosas positivas de los otros, pero casi nunca tomamos en cuenta sus miserias. Y sin embargo... Ni todo el dinero del mundo alcanzaría para solucionar las miserias del espíritu.
Los que están allá quieren estar acá. Y los que están acá quieren estar allá. Pero ambos sólo toman lo bueno del de enfrente. Y es lógico.
Generalmente mostramos lo mejor que tenemos, y nuestras falencias las ocultamos. Entonces, quienes nos rodean tienen una percepción parcial de nuestra realidad. Ven sólo lo positivo, y por ende les parece que somos mejores. Pero lo cierto es que uno debe situarse y ver las cosas desde su propia óptica.
Porque sólo cada uno de nosotros tiene una percepción total de nuestro propio ser. Y debemos aprovechar nuestras virtudes, y tratar de corregir nuestros defectos. Pero siempre desde nuestra propia realidad.
Tenemos que aprender a convivir con nosotros mismos, a aceptarnos y a aceptar nuestra circunstancia. Y a partir de allí abrirnos al mundo como somos...
Sin envidias, sin soberbia, sin complejos.