Dios provee nuestras necesidades temporales
La confianza, ya lo hemos dicho, es una esperanza heroica: no difiere de la esperanza común a todos los fieles sino por el grado de perfección. Es ejercida pues, sobre los mismos objetos que aquella virtud, pero por medio de actos más intensos y vibrantes.
Así como la esperanza ordinaria, la confianza espera del Padre celestial todos los socorros necesarios para vivir santamente aquí en la tierra y merecer la bienaventuranza del Paraíso.
En primer lugar espera los bienes temporales, en la medida en que éstos nos pueden conducir al fin último.
Nada más lógico: no podemos conquistar el Cielo a la manera de los puros espíritus; somos compuestos de cuerpo y alma. Este cuerpo que el Creador formó con sus manos adorables es el compañero de nuestra existencia terrenal; y también lo será de nuestra suerte eterna, después de la resurrección de los muertos. No podemos prescindir de su asistencia en la lucha por la conquista de la bienaventuranza.
Ahora bien, para sostenerse, para cumplir plenamente sus tareas, el cuerpo tiene muchas exigencias. Esas exigencias es necesario que la Providencia las satisfaga; y Ella lo hace magníficamente.
Dios se encarga de proveer nuestras necesidades temporales; y cuida de ellas generosamente. Nos sigue con su mirada vigilante y no nos deja en la indigencia. En medio de las dificultades materiales, aunque sean angustiantes, no debemos perturbarnos. Con una tranquila seguridad, esperemos de las manos divinas lo que nos es necesario para el sostenimiento de la vida.
(De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent)
Comentario:
Los hombres no somos solamente alma, sino alma y cuerpo, y por ello necesitamos también los bienes materiales para vivir bien esta vida que es trampolín para la vida eterna.
Dios provee también nuestras necesidades materiales, e incluso nos da en abundancia desbordante, con tal de que no nos atemos a estos bienes, y de que no sean obstáculo a nuestra salvación y santificación.
No se trata de despreciar el dinero y los bienes, sino de amarlos en su justa medida, es decir, como medio que son para alcanzar el fin, que es la salvación propia y la de muchas almas.
En realidad podríamos hasta besar el dinero, si sabemos que con él ayudaremos a muchos hermanos que están pobres, abandonados, necesitados, y ponernos contentos de recibir muchos bienes porque sabemos que con esos bienes podremos socorrer a los hermanos más desamparados.
Un ejemplo de esto que decimos está en el Evangelio, en Lázaro de Betania, el amigo de Jesús, que era muy rico, y Jesús no le pidió que vendiera todo y se lo diera a los pobres, y que luego lo siguiera, sino que le pidió que lo siguiera con sus bienes, para que Lázaro mismo y el Señor, pudieran socorrer a los necesitados que se encontraban por su camino.
No está mal pedir riquezas materiales, siempre y cuando las queramos usar bien, para ayudar a los prójimos, hacer obras de caridad y misericordia y también para nuestra propia subsistencia y adelanto.
Dios es bueno y da el ciento por uno, y le gusta dar mucho a quien sabe dar también mucho a los demás, porque a Dios le encanta que podamos tener para dar. Cuanto más generosos seamos con los hermanos, tanto más generoso será Dios con nosotros.