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Quería decirle a mi libertad que era libre, libre de veras,
pero no me oía, estaba medio sorda, castrada y dormida,
en la vieja y húmeda estancia de la esquina de mi vida,
sobre sus blancas alas, tristemente encogida.
Mi libertad tenía las alas grandes, inmensas
pero débiles y rotas…
Mi libertad curó sus alas rotas,
cuando vi de pronto confundida,
que me encontraba a mi misma desnuda, llorosa,
allí, en cuclillas, frente al gran espejo de mi vida,
mirando su gran sombra arrancada de la mía.
Mi libertad la liberé del olvido,
con orgullo, con ilusión, con ternura
y coloreé sus alas inmensas y blancas,
con el dorado ardiente del dolor de mis heridas.
Mi libertad salió un día de su obscuro encierro,
cuando tú y yo, tomados de la mano,
pudimos caminar por distintos senderos,
cuando me amabas pero no era tuya,
sino sorprendida, me sentí por vez primera, mía-mía.
Mi libertad tiene ahora,
el color del oro y del fuego,
el olor de una mañana de Sol,
de pasto húmedo recién cortado.
Mi libertad tiene el sabor del vino añejo,
cuando de verdades la embebo.
Mi libertad mezcla tu perfume y el mío,
cuando nos vamos de paseo.
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