El Perfume
" En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades
un hedor apenas concebible para el hombre moderno.
Las calles
apestaban a estiércol, los patios interiores
apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a
madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col
podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación
apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a
sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante
olor dulzón de los orinales...Apestaban los ríos,
apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el
hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios
...Y, como es natural, el hedor alcanzaba las máximas
proporciones en París, porque París era la mayor ciudad
de Francia. Y dentro de París había un lugar donde el hedor
se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la Rue
de la Ferronerie, o sea, en el Cimetière de Innocents. (...) Escenario de este desenfreno -no podía ser otro- era su
imperio interior, donde había enterrado desde su
nacimiento los contornos de todos los olores olfateados
durante su vida. Para animarse conjuraba primero los más
antiguos y remotos: el vaho húmedo y hostil del
dormitorio de madame Gaillard; el olor seco y correoso
de sus manos; el aliento avinagrado del padre Terrier;
el sudor histérico, cálido y maternal del ama Bussier;
el hedor a cadáveres del Cirnetiére des Innocents; el
tufo de asesina de su madre Y se revolcaba en la
repugnancia y el odio y sus cabellos se erizaban de
un horror voluptuoso. Muchas veces, cuando este
aperitivo de abominaciones no le bastaba para empezar,
daba un pequeño paseo olfatorio por la tenería de Grimal
y se regalaba con el hedor de las pieles sanguinolentas
y de los tintes y abonos o imaginaba el caldo de seiscientos
mil parisienses en el sofocante calor de la canícula.
Entonces, de repente, este era el sentido del ejercicio,
el odio brotaba en él con violencia de orgasmo, estallando
como una tormenta contra aquellos olores que habían
osado ofender su ilustre nariz. Caía sobre ellos como granizo
sobre un campo de trigo los pulverizaba como un
furioso huracán y los ahogaba bajo un diluvio purificador de
agua destilada. Tan justa era su cólera y tan grande s
u venganza. Ah, qué momento sublime! Grenouille, el
hombrecillo, temblaba de excitación, su cuerpo se tensaba
y abombaba en un bienestar voluptuoso, de modo que
durante un momento tocaba con la coronilla el techo de la
gruta, para luego bajar lentamente hasta yacer liberado y
apaciguado en lo más hondo. Era demasiado agradable, este
acto violento de exterminación de todos los olores
repugnantes, era realmente demasiado agradable, casi su
número favorito entre todos los representados en el
escenario de su gran teatro interior, porque comunicaba
la maravillosa sensación de agotamiento placentero que
sigue a todo acto verdaderamente grande y heroico. "
De la red
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