(José Manuel Vidal).- Con los vítores y los vivas resonando en sus oídos desde que tomó posesión del solio pontificio, el Papa Francisco celebró, hoy por la tarde, su primera pasión del Señor en la Basílica de San Pedro y se postró en el suelo en señal de anonadamiento ante Dios y ante el altar vacio, sin manteles ni cruces ni velas.
Revestido con una casulla de color rojo que representa a la sangre del martirio, el papa realizó el gesto de la postración frente al altar central de la basílica para luego dar inicio a la celebración que incluye la liturgia de la palabra y la adoración de la Cruz.
El sillón del papa está colocado frente a la imagen de San Pedro, a pocos metros del Altar Mayor. El papa es ayudado por los cardenales Kurt Koch y Giovanni Lajolo.
El templo está apenas iluminado, para simbolizar el clima de penitencia de la celebración.
El Papa escucha con profundo recogimiento la lectura del "varón de dolores", "como un cordero llevado almatadero, como una oveja muda...fue detenido y juzgado injustamente".
Y tras la primera lectura, el salmo responsorial: "Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor".
Tras escuchar la pasión según San Juan, cantada por tres diáconos, y las tres negaciones de Pedro o la muerte de Jesús, el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, pronunció la homilía.
El capuchino comienza reocordando "la herencia del Papa emérito": el Año de la Fe. La decisión que nos abre la puerta de la eternidad es creer, asegura el predicador.
Invita a los presentes a no "esconderse", a no "autojustificarse", a ser como el publicano, que se reconoce pecador.
En una homilía demasiado académica para los tiempos pastorales del nuevo Papa Francisco, el padre Cantalamessa, trata de bajar el discurso y cita las fotos del Sinaía hechas desde un satélite.
El progreso de la Humanidad avanza a un ritmo vertiginoso y, a pesar de todas las monstruosidades, en Cristo se inuaguró el mundo definitivo: el mal y la muerte están vencidos para siempre.
Tal vez la fe vuelva a regresar a nuestro continente europeo, desea el capuchino. Y cita una anécdota de Kafka y el castillo tenebroso.
La evangelización tiene un origen místico: viene del costado abierto de Cristo.
Tenemos que hacer lo posible para que la Iglesia no sea nunca el castillo complicado de Kafka. Sabemos los muros: controversias pasadas, divisiones, ritos, ceremonias...
Jesús está dentro y llama para salir hacia las periferias de las injusticias, de las ignorancias.
"Ve, Francisco y repara mi Iglesia", le dice Cristo a Francisco. "Se abre para la Iglesia un tiempo nuvo lleno de esparenza", concluye el padre Cantalamessa.
Siguen una serie de oraciones: Por el Papa, por los obispos, por los fieles y por los judíos, "a los que Dios habló primero", por los no creyentes, por los gobernantes...
A continuación, la ceremonia de la adoración de la Cruz.
Y el Papa se acerca a a Cruz, hace tres inclinaciones y besa la cruz y la acaricia. Con delicadeza, con amor.
Y tras él, se acercan a besar la bella cruz de marfil los cardenales, los obispos, los empleados del Vaticano y algunos de los miembros del Cuerpo Diplomático.
Con el Stabat mater de fondo, el Papa se dirige hacia la cruz, la levanta en alto y bendice a la asamblea.
Adorada la cruz, comienza el rito de la comunión y, tras una oración, la asamblea se va en silencio. En el silencio del Cristo muerto. A la espera de la Resurrección.