SIN NADIE LA MIRADA
Lo que cambia es el rostro, la hondura de unos ojos, la luz de una mirada; la penumbra indiscreta de confidencias íntimas, la ternura, los besos, los cuerpos y las almas.
El amor es el mismo; busca formas distintas: a veces una frente de curvas sosegadas, otras la boca roja, quizá una boca pálida; unos brazos ardientes de tibias manos largas; el instante amoroso, la amorosa distancia.
Cambian tan solo el rostro, los luceros, el alba; el palor de la luna detrás de una ventana; la lluvia que solloza con sus gotas que cantan; el fulgor que nos junta la luz que nos separa, las llamas que calientan los muros de la casa, las cortinas de sombra, el temblor de una lámpara.
El amor es el mismo, no declina, no cambia; existe en nuestro pecho desde lejana infancia; nos saca de la cuna, nos hiere con su espada, nos da siempre el veneno que vivifica y mata; zumo que nos agobia, licor que nos exalta; el ardor que consume, la ceniza que apaga. El amor es el mismo, sólo busca una cara. siempre es lo mismo lo que esperas; siempre es lo mismo lo que amas.
Tú estás en ti y eres el mismo, es lo de fuera lo que cambia. Tu amor existe y busca siempre un pretexto para sus ansias. Primero un nombre: Luz, Elvira, Diego, Alejandro, Helena, Clara; después del nombre algo infinito que en nuestros brazos se quedara y un rostro, un rostro, cualquier rostro que no nos deje ningún día llevar sin nadie la mirada.
Dora Castellanos
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