El don de la paz.
La paz es un don que debemos buscar con todas las fuerzas y pedirla en la oración, porque un alma sin paz es fácil presa del Maligno.
Jesús es el Príncipe de la Paz, y Él da la paz a sus hijos, porque si vivimos en gracia de Dios, entonces tendremos paz en nuestra alma.
Debemos saber que el demonio, cuando no puede hacernos caer en pecado, al menos trata de robarnos la paz, porque sabe que la turbación es terreno propicio para sembrar tentaciones de tristeza y desesperación.
Por eso tratemos de cuidar la paz del alma, y ello lo logramos con una sincera y completa confesión con el sacerdote, ya que un alma en pecado mortal no puede tener paz con Dios ni con los hermanos; y luego también perdonemos de corazón a los que nos han ofendido, porque el rencor es fuente de inquietud y de perturbación, que quita la tranquilidad profunda del alma.
En este caso debemos seguir el consejo del Santo Padre Pío de Pietrelcina, que decía: “Reza, ten fe y no te preocupes”. Porque la preocupación es inútil.
Una forma de conservar la paz y no caer en tristezas ni preocupaciones es aceptar la voluntad de Dios, porque todo lo que sucede en el mundo es querido o, al menos, permitido por Dios. Entonces aceptemos esa voluntad, y así tendremos paz en nuestro corazón y Dios habitará gustoso en él.