Todo lo pequeño construye lo grande
La liturgia de esta semana nos interpela sobre cómo hemos de vivir y qué es importante en la propia vida para alcanzar la realización, el proyecto de Dios, la felicidad. San Pablo nos dice que hemos de buscar los bienes junto a Cristo, esto quiere decir, que hemos de fijarnos en lo que verdaderamente perdura, en lo que queda y no se marcha.
Hemos oído muchas veces que no nos llevamos nada a la otra vida… y lo de aquí, lo del mundo en el mundo queda. Pero… ¿hemos pensado que sí que hay algo que nos llevamos y que dejamos a su vez en nuestro paso por la vida terrena? De algún modo Jesús nos lo intenta hacer ver en muchas ocasiones, todos aquellos momentos que hemos dedicado a los otros, que hemos escuchado, cuando hemos dado cariño a quien lo necesitaba, ofrecido una sonrisa al que la anhelaba, cuando hemos amado… han sido momentos que han enraizado en la vida y los corazones de muchas personas, y sin duda, en el de Dios mismo.
En la carta a los Colosenses, afirma que no han de seguir engañándose unos a otros, lo más sano y recto es despojarse de la vieja condición humana para revestirse de la nueva, de la que proviene de Jesús. Podríamos afirmar que el engañarnos a nosotros mismos es alargar una agonía, es decir, alcanzar lo que buscamos, sólo es posible cuando se actúa desde la sinceridad y la verdad, sino es una vida sin sentido, llena de muchas cosas pero vacía de Todo lo que realmente buscamos.
Buscar el bien de los otros es hallar el propio, a pesar de cualquier otra cosa o dificultad. Pues precisamente, que no sea eso lo que nos paralice a la búsqueda de Dios, de la felicidad. Igual que la parábola de la oveja perdida, que el pastor siente más alegría por la encontrada que por las otras que ya tenía. Es todo lo pequeño que hace y construye lo grande de nuestras vidas. Sigamos construyendo aunque creamos que no vemos nada, porque aún así seguimos sembrando.
Texto: Hna. Conchi García.