San Simeón el Estilita hizo levantar una columna en la plaza de su pueblo. Luego subió a ella para vivir en lo alto, lejos del mundo de los hombres. La columna era muy elevada; sobresalía del techo de las casas y por encima de las agujas de la catedral. Y sin embargo San Simeón no se sentía cerca de Dios. -¡Señor! -clamó en su angustia-. ¡Acércame a Ti! ... Y sucedió que con esa plegaria la columna se acortó un poco. Siguió pidiendo San Simeón que Dios lo acercara a Él, y conforme pedía eso la columna se iba haciendo más y más corta, hasta que un día el santo se encontró a ras del suelo, junto a los hombres de los cuales había querido separarse. Entonces San Simeón aprendió algo: Mientras más cerca esta el hombre de su hermano, más cerca está de Dios.
Cuántos de nosotros al tratar de acercarnos a Dios olvidamos a aquellos que necesitan de Él. Es como hacernos médicos y no querer atender a ningún enfermo, sino que queramos estar en el consultorio con nuestros títulos dejando de lado a aquellos quienes nos necesitan. Recordemos que estamos dentro del mundo, y Dios nunca querrá que dejemos olvidados a quienes Dios mismos nos envía a hablar de Él.
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