En Getsemaní
El evangelio de Lucas nos presenta al Señor
Jesús bajo un carácter especial, es decir, como hombre
completamente obediente. Algunas horas antes de ser detenido fue
con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní.
Allí se alejó un poco de ellos para orar a su Padre.
Oró tan intensamente que era su sudor como grandes
gotas de sangre. Para que los hombres
pudieran ser salvos, Jesús, el único que no cometió
pecado, tuvo que aceptar de parte de su Padre una copa,
símbolo de todo lo que debía sufrir en la cruz por
nuestros pecados. Allí Dios sería glorificado y
Satanás vencido.
Jesús sabía qué precio debía pagar para
expiar el pecado: la ira y el abandono de Dios. ¡Cuánto
temor al pensar que Dios, a quien había servido con tanta
fidelidad, iba a abandonarlo a él, su amado Hijo! Él
ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y
lágrimas al que le podía librar de la muerte.
Pidió a su Padre que si fuese posible lo
librara de esa copa de dolores. Pero en perfecta sumisión
añadió: Pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya. De su oración deducimos que
estaba dispuesto a consumar la obra que había venido a
realizar.
Al igual que los discípulos, presentes pero dormidos,
no podemos entrar en la agonía por la que pasó nuestro
Amado Salvador en aquellos momentos, pero podemos darle las
gracias y adorarlo.
Con Cariño Y Mucho Amor!!
Carlitos