Alimento de la fe.
El alimento de la fe es la Palabra de Dios. Pero también el alimento de la fe es la Eucaristía, pues si no comulgamos de manera frecuente, es lógico que nos vayamos enfriando en la fe.
Efectivamente quien pierde la fe, no lo hace de un momento a otro, sino que ha habido un proceso gradual, que las más de las veces ha comenzado con un paulatino alejamiento de la Mesa eucarística. Se ha dejado la Comunión, y por eso poco a poco se ha entibiado el alma, hasta enfriarse del todo, y caer luego en pecados cada vez más graves.
Es necesario que nos despertemos de este sueño en que nos tiene adormecidos el demonio, y que volvamos a frecuentar la Comunión diaria, porque así como el cuerpo vive gracias al alimento material; también el alma, es decir la gracia de Dios en el alma, la vida de Dios en ella, vive gracias a la Eucaristía. Porque en la Eucaristía están concentrados todos los bienes, ya que es el mismo Bien, pues es Dios mismo quien viene a nosotros en la Comunión.
Volvamos a nuestro primitivo fervor, yendo todos los días a Misa, a recibir a Jesús Sacramentado, porque los tiempos son cada vez más difíciles, y como lo vio en sueños San Juan Bosco, los dos pilares fundamentales en la vida espiritual de un cristiano que debe combatir contra el mundo, el demonio y la carne, son la devoción a la Virgen y la Comunión frecuente.
Aprovechemos que el Señor se sigue ofreciendo en nuestros altares, para bien nuestro y de muchos, porque necesitamos cada vez más la fe, necesitamos robustecerla, pero por nosotros mismos somos medio impotentes para hacerlo, entonces necesitamos que sea el mismo Jesús resucitado y eucarístico quien nos encienda la fe debilitada o perdida.