Docenario Guadalupano
Viernes, 4 de diciembre de 2015
Padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Día 4. En este día nos vamos a detener en la presencia del Señor Jesús en el Acontecimiento Guadalupano.
Escogí este viernes para hablar de Él y de su presencia humilde y eficiente en el acontecimiento. Ciertamente, sólo aparece su nombre completo una sola vez en el Nican Mopohua y gracias al escritor, pero San Juan Diego habla de Él como “Nuestro Señor”; pero sí aparece de otra manera muy hermosa en los labios de nuestra Madre y en otras citas no explícitas pero que incluyen su presencia. Vamos a recorrer algunos números para entender su presencia misericordiosa en el relato original de Antonio Valeriano de 1548.
Primera consideración. La primera en expresar que trae la presencia de Cristo a estas tierras es nuestra Madre cuando le dice a Juan Diego: “Soy la Madre del Verdadero Dios por Quien se vive “(N.M. 26). Ella es la Madre amorosa que en su vientre —señalado por el cinturón negro en su Imagen— trae al Niño-Sol, el mismo que es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios Verdadero… por quien todo fue hecho”, como decimos en el Credo; el que es nuestro modelo humano-divino y por quien vivimos realmente en la vida espiritual y quien nos dará hasta la gloria corporal.
Agradezcamos a nuestra Madre que nos lo haya traído y nos lo siga trayendo. Jaculatoria: Santa María de Guadalupe, Manifestadora de Jesús; muéstranos a tu Hijo, fruto bendito de tu vientre.
Segunda consideración. La Santísima Virgen nos sigue presentando a su Hijo: Él es “el Dueño de lo que está cerca y junto” (N.M. 26), es decir, de cuya presencia gozamos y que nadie puede esquivar; quien nos busca en nuestras necesidades, acompaña en nuestras luchas legítimas por nuestra dignidad y quien nos prepara lugar en la Gloria, como les dice a sus Apóstoles en la Última Cena (Jn 14, 1-3).
Tercera consideración. La Santísima Virgen, en el Tepeyac, le sigue diciendo a Juan Diego, y en el mismo lugar y día, quién es su Hijo. “El Dueño del cielo, el Dueño de la tierra”. ¿Cómo se habrá quedado Juan Diego ante tales afirmaciones de la Virgen? De seguro, hasta entonces nadie había presentado a Jesús así en toda América. Gocemos estas realidades. Sintamos la profundidad de las afirmaciones de nuestra Madre nada menos sobre Nuestro Hermano Mayor.
Cuarta consideración. San Juan Diego habla del amor del Corazón de Jesús al decirle a la Virgen que irá “a llamar a alguno de los amados de nuestro Señor, para que vaya a confesarlo y prepararlo” (a su tío Juan Bernardino tan grave). Aquí Juan Diego afirma la grandeza del Corazón de Jesús al tener a sus sacerdotes como amigos queridos y amados, y los otros sacramentos mencionados son portadores también de la salvación de nuestro Señor cuyo corazón también nos los regaló para nuestra salvación (N.M. 113).
Quinta consideración. El autor del Nican Mopohua, discípulo indígena de los frailes franciscanos en Tlatelolco, es quien también nos habla del Señor y con todo su nombre completo. Es cuando narra que el señor Zumárraga no le hizo caso a Juan Diego, a pesar de las evidencias de que nuestra Madre se le había aparecido. Dice así: “Y aunque todo absolutamente se lo declaró y en cada cosa vio, admiró que aparecía con toda claridad que Ella era la Perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de nuestro Salvador nuestro Señor Jesucristo, no por eso creyó…” (N.M. 75).
Pues este mismo Señor Jesús es el que nos sigue dando todo su amor misericordioso para que sigamos teniendo vida eterna. Agradezcamos a la Santísima Trinidad que así hayan planeado tan maravillosos encuentros para que hoy nosotros podamos tener la vida abundante del Señor Jesús (Jn 10, 7-15; Ef 1, 1-14).