Los seis pasos de la oración meditativa:
1er paso:
Busca un rincón tranquilo.
A casi todo el mundo le resulta mejor meditar en lugares apacibles y despejados. Lo ideal es no hacerlo en el lugar habitual de trabajo ni en el ambiente en el que pasas la mayor parte de las horas del día. Un espacio apartado al aire libre es estupendo. El aire puro no solo nos renueva físicamente, sino que representa el Espíritu de Dios que nos despeja la mente y el espíritu.
2º paso:
Tómate un rato para relajarte.
En un dos por tres no se puede pasar del ritmo ajetreado que llevamos en un día cualquiera a un estado profundo de oración meditativa.
Tiene que haber unos minutos de transición para ir dejando atrás el mundo material. A veces viene bien pasar unos minutos realizando una actividad que sirva de enlace, por ejemplo escuchar música suave, dar una breve caminata o respirar profundamente. Prueba diversas tácticas hasta descubrir la que mejor te resulta.
3er paso:
Sustráete de tus preocupaciones.
Cuando los problemas te agobian es difícil alcanzar la paz que aporta la meditación. Tómate unos minutos —o el tiempo que necesites— para encomendarle a Jesús en oración todo lo que te genera inquietud en ese momento. Descríbele detalladamente lo que te angustia y pídele que te libre de esas cargas. Recuerda que Dios es capaz de darte las soluciones. Concéntrate en la grandeza de Dios y no en la magnitud de los problemas. «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (1 Filipenses 4:6-7).
4º paso:
Serénate.
A veces puede resultar beneficioso realizar estiramientos y respiraciones profundas durante unos minutos. Concéntrate en relajar primero los músculos de la cara y el cuello, luego los de todo el cuerpo, parte por parte. Si te sientes particularmente tenso, tal vez una ducha, un baño o una caminata al aire libre te ayuden a distenderte. Si estás agotado, quizá te venga bien dormir una siesta, ya que el cansancio extremo no es buen aliado de la meditación.
5º paso:
Ponte en una posición cómoda.
Al meditar, la actitud espiritual es mucho más importante que la postura del cuerpo. No es necesario sentarse de determinada manera; es más, ni siquiera es preciso estar sentado. Lo importante es estar cómodo para que el cuerpo no distraiga. Adopta, eso sí, una buena postura que favorezca la respiración profunda y contribuya a la buena circulación de la sangre.
6º paso:
Medita.
Muy bien. Encontraste un lugar tranquilo y te has relajado físicamente. Le has encomendado tus problemas y preocupaciones a Jesús, o sea, que están en buenas manos. Te has desenchufado de los asuntos que tienes pendientes, estás distendido y cómodo, listo para un rato de meditación focalizada. Una opción es fijar tu atención en el propio Jesús. Piensa en uno de Sus atributos o en alguna bendición o favor que te haya concedido. Otra posibilidad es meditar en algún precepto de la Palabra de Dios.
Deja descansar tu mente. No analices. Limítate a distenderte y serenarte corporal, mental y espiritualmente. Aprender a meditar es como aprender a flotar en el agua. Para que el Espíritu de Dios se posesione de ti y puedas flotar en Él, es necesario cierto grado de relajación de cuerpo y espíritu. Si te agitas o si te dejas vencer por la curiosidad y quieres ver lo que pasa a tu alrededor, se rompen el equilibrio y la conexión con Él.
En cambio, si te limitas a reposar, a concentrarte en relajar cada músculo del cuerpo y aislarte del ruido del mundo y de todo pensamiento que no sea aquel en el que te propones meditar, verás que el Espíritu de Dios te eleva y te sostiene perfectamente.
Es una sensación estupenda.
«La paz os dejo, Mi paz os doy;
Yo no os la doy como el mundo la da»
(Juan 14:27).
Déjate llevar por Él
al remanso de paz que
te tiene preparado.
Reposar en el Señor te brinda una
serenidad y una paz insustituibles.
Sientes que Jesús te toca.