Un buen ejemplo que convierte
Una clínica, un quirófano, y, tendida sobre la mesa de operaciones, una niña de muy pocos años.
La operación a practicar es francamente delicada, difícil; tres doctores en cirugía están presentes y dos médicos anestesistas.
–A ver, nena –dice uno de éstos–; cierra los ojitos, que vas a dormir.
–¡Pero si es de día! –replica la niña–; yo nunca duermo de día.
–No importa. Ahora vas a dormir. Cierra los ojitos...
El médico no quería que la niña viera la aguja con que la tenían que pinchar para anestesiarla. Y ella repetía lo mismo:
–Yo no duermo de día...
–Sin embargo, hoy tienes que hacerlo así; has de dormir para curarte... Anda, sé buena y cierra los ojitos...
–Bueno –dijo la pequeñita conformándose, pues comprendió muy bien que, tarde o temprano aquellos señores se saldrían con la suya. Pero añadió:
–Yo, antes de dormir, rezo siempre las tres Avemarías. ¿Me dejan que las rece?...
–Sí, puedes rezar tus tres Avemarías...
Y con toda sencillez, la niña se incorporó, se arrodilló, juntó sus manecitas, y empezó su oración de todas las noches: “Dios te salve, María,... Ruega por nosotros, pecadores...”
Luego, acabadas las tres Avemarías, se tendió en la mesa y, sin esperar otra recomendación, cerró sus inocentes ojos...
Ante aquel cuadro encantador, uno de los cirujanos se sintió profundamente enternecido, aunque lo disimuló, y aparentó permanecer imperturbable. Pero en cuanto pudo abandonar el quirófano, lo hizo diciendo a sus compañeros que ellos podían terminar la operación, no haciendo falta él. Entonces se retiró a su despacho, se cerró por dentro, se puso de rodillas y empezó a llorar. Llevaba muchos años alejado de la Iglesia, sin recibir los Sacramentos y sin hacer oración... Y salió de allí decidido a realizar una buena confesión y vivir en adelante según la Ley de Dios, porque le había transformado totalmente, haciéndole recordar la inocencia y fervor religioso de su niñez, aquella niña que no se dormía sin antes haber rezado sus tres Avemarías.