Verano
Cuando el calor aprieta, cuando los termómetros de la calle van subiendo, marcando unas temperaturas que nos resultan difíciles de soportar, deseamos poder ser como los niños más pequeños que se libran de las exigencias escolares y dejando la rutina de cada día poder adentrarnos en un tiempo que llamamos de vacaciones.
Tiempo de vacaciones significa para muchos poder romper con el ritmo del día a día, poder modificar los hábitos que todos tenemos y vivimos durante el resto del año, para conseguir un modo mejor de soportar los rigores de esta etapa anual que nos empuja a ser menos activos.
Modificar el ritmo de vida no es olvidar el compromiso de vivir los valores evangélicos con la profundidad de siempre. Quizás precisamente porque es verano, porque parece que en algunos aspectos el trabajo no nos urge tanto, podríamos dedicar mayores espacios a profundizar cuanto verdaderamente importa en nuestra vida.
Dios nos llama en invierno y en verano a ser buenos, generosos, propiciando a nuestro alrededor un ambiente de alegría y de serenidad dejando al margen las quejas y los descontentos.
Si permitimos que el calor del verano aplaste nuestro ánimo y dejamos de transmitir esta alegría que Él mismo infunde en lo más hondo de nuestra alma, nos convertimos en unos tristes compañeros de camino para quienes están a nuestro lado.
Si nos permitimos vivir este tiempo de verano empujados solo por el agotador ambiente, el egoísmo y la tristeza nos invadirán como un único modo de vivir y llevados por una especie de egoísmo ambiental, no podremos contemplar la hermosura de la creación y las maravillas que Dios realiza, también en tiempo de verano. Texto: Hna. Carmen Solé.