1. Jesús no habló nunca sobre métodos de oración, ni siquiera cuando los discípulos le pidieron que les enseñase a orar. Pero sí se refirió al contenido de la oración que por sí mismo incluye también un cambio de método. Y lo más novedoso del contenido es la palabra Padre, Abba, ternura infinita, cuya presencia de amor nos origina y continuamente nos alienta.
2. Por tanto la oración cristiana no es empeño trabajoso del ser humano para despertar y poner de su parte a una divinidad que reposa tranquila detrás de las nubes. Según el evangelio, la oración no es palabrería para recordar a Dios las muchas carencias que sufrimos y para convencerle de que arregle lo que debemos arreglar nosotros. Por ejemplo le pedimos que se preocupe de muchos trabajadores que hoy en la misma sociedad española sufren cada vez más la pobreza, la provisionalidad y la explotación irreverente, mientras nosotros cristianos, incluso a la hora de ir a las urnas electorales, o no vamos, o sencillamente votamos para seguir dejando las cosas como están ¡qué contradicción!
3. Más que despertar a una divinidad alejada y dormida, la oración tiene que ser un medio para despertarnos a la presencia de Dios que continuamente se está dando como amor en nosotros, en los demás y de modo especial en las víctimas. Porque las situaciones de nuestra existencia cambian, la oración será unas veces de acción de gracias: “Te doy gracias, Padre”. Otras de petición: “hasta cuando, Seño, seguirás olvidándome”, “que pase de m este cáliz”. Pero siempre desde a confianza, porque suceden en el mundo muchas cosas que Dios no quiere, pero todo sucede en la presencia de su amor que nunca nos abandona. La oración es el espacio donde actualizamos esa confianza para seguir metiendo las manos en la masa del mundo en orden a su plena humanización.
(Jesús Espeja)