Ya lo dice el Apóstol: “El que esté seguro, cuide de no caer”. Porque efectivamente el peligro de pecar y de perdernos está siempre latente, y por eso debemos pedir todos los días la perseverancia final, la constancia en el bien.
Es bueno que sepamos que no estamos confirmados en gracia, y que si no vigilamos y rezamos, podemos caer miserablemente. Han caído lumbreras de la Iglesia. Han precipitado grandes virtuosos. ¿Por qué no podemos caer también nosotros?
Es bueno confiar en Dios y estar seguros de su amor y protección. Pero también tenemos que saber que el demonio existe y es muy astuto, e incluso se viste de ángel de luz para engañar a los que van por el buen camino.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la Anunciación, cuando el Arcángel Gabriel se apareció a María Santísima y Ella se conturbó, es decir, que temió que aquella aparición no fuera quizás del enemigo. ¡Y Ella era santísima! Sin embargo tenía el alma siempre vigilante y sabía que el enemigo existe y es el tentador.
¿Seguros? Sólo en el Cielo. Porque efectivamente estaremos completamente seguros sólo en el Cielo, ya que la misma vida es peligro. Por algo el Señor insiste tanto en su Evangelio en que estemos vigilantes y orando en todo tiempo, que no sigamos las máximas mundanas ni nos dejemos estar, sino que esperemos cada día la venida del Señor, estando siempre preparados, es decir, en gracia de Dios y haciendo todo lo que a Él le agrada.
Pero es también humildad el tener estos pensamientos, porque la presunción es un pecado, y el creer que ya estamos salvados y que ya no hay nada que temer, es un engaño del Maligno o de nuestro amor propio, que nos puede llevar a la gran caída.
Así que humildad en pedir cada día la protección de Dios, rezando y vigilando para no caer en las trampas del mundo, del demonio y de la carne.