Silencio.
El silencio es muy necesario para la vida espiritual, porque en el silencio nos habla Dios, y en el silencio podemos tomar las importantes decisiones de la vida.
Busquemos el silencio para hablar con Dios y para meditar las verdades eternas, para hacer la lectura espiritual, para rezar, porque en el ruido es más difícil escuchar a Dios.
También debemos guardar silencio nosotros, con los demás, porque un alma parlanchina jamás llegará a ser santa.
No sigamos a este mundo que está invadido por el ruido y la disipación, sino busquemos en nuestra casa un lugar tranquilo para hacer oración, para hablar con Dios y con María.
Acostumbrémonos también a guardar silencio interior, porque a veces suele suceder que hay silencio en el exterior, pero nuestros pensamientos están llenos de ruidos y de divagaciones, y así no tenemos silencio interior. Hay que saber hacer callar a nuestra mente y esto lo lograremos si nos habituamos a la oración, especialmente al Santo Rosario.
Que cada palabra que salga de nuestros labios esté acompañada de un profundo silencio antes y después de pronunciarla, porque palabra que sale no vuelve, y a veces podemos cometer muchos pecados con la lengua y el hablar de más.
Hoy a veces se hace difícil encontrar un lugar apropiado para estar un momento en silencio, porque Satanás ha logrado con los medios modernos de comunicación, hacer mucho ruido en el mundo y en nuestra alma. Pero si nos proponemos guardar silencio, encontraremos el momento y el lugar apropiados, porque el que busca, encuentra.
Imitemos a Jesús que guardó silencio ante Herodes y ante Pilato, y también nosotros guardemos silencio ante las acusaciones y ofensas, sin devolver palabra dura por ofensa. Y aunque esto nos cueste mucho, agradaremos sobremanera a Jesús, que verá en nosotros a sus fieles hijos e imitadores.