Y entonces ese es el momento de hacer dos cosas. Primero mirar en nuestro interior si con el pecado lo hemos contristado a Dios y así lo hemos alejado sensiblemente de nuestro lado. Si es así, pidámosle entonces perdón y como María cuando buscó a Jesús niño en el Templo, vayamos al templo, a la iglesia y confesémonos con el sacerdote para volver a gustar la presencia sensible de Dios.
Pero si no hemos cometido pecado grave y tampoco sentimos a Dios, entonces debemos saber que Dios hace esto porque nos quiere acostumbrar a hacernos adultos en la fe. Porque los caramelos son para los niños, y Dios, actuando así, es como que nos quita los caramelos, los gustos de su presencia sensible, para que vivamos de fe pura.
En cualquier caso, sepamos que Dios está a nuestro lado, que Él está en todas partes, y que podemos sentirlo o no, pero Él está igualmente.
Que su presencia en todas partes sea también un freno para pecar, sabiendo que Él ve todo, incluso nuestros pensamientos, y llevará a juicio todas nuestras acciones y pensamientos.