Cumplir el deber.
De Cristo se puede hacer un resumen de lo que hizo en su vida, con una sencilla frase: “Cumplió su deber”. Y lo mismo debe poder decirse de nosotros al final de nuestros días.
¿Y cuál es el deber? El deber es cumplir los Diez Mandamientos, las enseñanzas de Jesús en el Evangelio, las enseñanzas de la Iglesia Católica, los deberes del propio estado, es decir, trabajar, estudiar, etc., según sean las obligaciones de cada uno.
Si cada uno de nosotros cumpliéramos fielmente nuestro deber, entonces la tierra sería como un Paraíso, y la humanidad tendría paz.
Lo que sucede es que cumplir el deber es a veces muy difícil, porque se necesita valentía y fortaleza, dejando de lado la pereza y el miedo.
Porque el demonio siempre nos querrá desviar del cumplimiento de nuestro deber, ya que él fue el primer rebelde, el primero que no quiso cumplir su deber y quiso seguir su voluntad antes que la voluntad de Dios.
No imitemos a los que van por mal camino, sino sigamos firmes en el cumplimiento de nuestros deberes de trabajo, de estudio, de familia, de amistad, de patriotas, que al final el premio es grande y Dios mismo coronará nuestras cabezas con la victoria.
Ojalá podamos decir al fin de nuestra vida como dijo el Señor al morir: “Todo está cumplido”. Si podemos decir esto en nuestra muerte, seremos los seres más felices del mundo, porque habremos hecho todo lo que el Señor nos había dado como misión aquí en la tierra, y nos iremos al Cielo contentos de haber cumplido nuestro deber.
Y cuando hayamos hecho todo lo que el Señor nos mandó, solamente debemos decir: “No hicimos más que lo que debíamos hacer, ya que siervos inútiles somos”.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.