comienza
con el domingo de Ramos de la Pasión Señor,
que une el triunfo de Cristo
-aclamador como Mesías
por los habitantes de Jerusalén
y hoy en el rito de la procesión
de las palmas por los cristianos-
y el anuncio de la pasión
con la proclamación
de la narración evangélica en la Misa.
Los ramos no son algo así como un talismán,
ni un simple objeto bendito,
sino el signo de la participación
gozosa en el rito procesional,
expresión de la fe
de la Iglesia en Cristo,
Mesías y Señor
que va hacia la muerte
para la salvación de todos los hombres.
Por eso,
este domingo tiene un doble carácter,
de gloria y de sufrimiento,
que es lo propio del Misterio Pascual.
Los días que van hasta el Jueves Santo
pertenecen al tiempo cuaresmal,
pero están caracterizados por los últimos
acontecimientos de la vida del Señor,
con exclusión de otras celebraciones.
En la mañana del Jueves Santo
(o en otro día cercano)
el obispo celebra
junto con su presbiterio
la Misa Crismal o de los Santos Oleos,
en la que se bendicen los óleos
que se usarán
para la celebración de los sacramentos.