Una luz encendida.
Si por el pecado nos hemos alejado de la casa paterna, del camino de Dios, sepamos que María Santísima, nuestra Madre, nos ha dejado una luz encendida para que al regresar la veamos desde lejos y no equivoquemos el camino de retorno.
María es nuestra Madre llena de misericordia, que espera siempre el retorno de los hijos que se han marchado del camino del bien. Ella ruega por todos y nos pide a quienes aún quedamos en la casa, que la ayudemos a recuperar a sus hijos que están extraviados y que no aciertan a encontrar el camino de retorno a la casa de Dios.
No podemos decir que amamos a María, que amamos a la Virgen, si no trabajamos por la conversión de los pecadores, porque ellos son sus hijos que, extraviados, también son amados por María, y Ella los quiere a su lado ahora en la tierra, y luego también a su lado para siempre en el Cielo.
Si amamos realmente a la Virgen no podemos quedar indiferentes ante tantos hermanos nuestros e hijos de María, que andan dispersos por el mundo, errantes por los caminos del mal y del pecado.
Un buen hijo se preocupa por los sentimientos de su Madre, y María derrama incluso lágrimas de sangre en sus imágenes para hacernos comprender que sufre por los pecadores.