Simplemente, todos somos pecadores y no cumplimos con los estándares de justicia que Dios desea que tengamos. Pero, por Su misericordia y gracia, proveyó una manera para que nuestros pecados fueran perdonados, mediante nuestra aceptación de Jesucristo—aunque no lo merezcamos. Junto con la gracia (haber obtenido el regalo gratis del perdón de Dios, aunque no hemos hecho nada para merecerlo), se nos otorga misericordia, porque nos ama y sólo nos pide que aceptemos a Su Hijo por fe.