El 16 de junio de 1675 nuestro Señor Jesucristo se apareció y le mostró su Corazón a Santa Margarita María de Alacoque (religiosa en un Convento de Paray-le-Monial (Francia). Su Corazón estaba rodeado de Llamas de Amor, Coronado de espinas, con una Herida abierta de la cual brotaba Sangre y, del interior de Su Corazón, salía una Cruz. Santa Margarita escuchó a Nuestro Señor decir: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este Sacramento de Amor."
Con estas palabras nuestro Señor mismo nos dice en qué consiste la devoción a Su Sagrado Corazón. La devoción está dirigida a la Persona de Jesucristo y a Su Amor no correspondido, representado por su Corazón.
Los actos esenciales de esta devoción son: amor, reparación y desagravio. Amor, por lo mucho que Él nos ama. Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.
Las formas de devoción al Sagrado Corazón son numerosas; algunas han sido explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede Apostólica. Entre éstas hay que recordar:
-La consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas del culto al Sagrado Corazón es sin duda la principal";
-La consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe ya por el Sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo y la Iglesia, se entrega al Señor para que reine en el corazón de cada uno de sus miembros;
-Las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia, de contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido indulgencias;
-El acto de reparación, fórmula de oración con la que los creyentes, conscientes de la infinita bondad de Cristo, imploramos misericordia y deseamos reparar las ofensas cometidas de tantas maneras contra su Corazón;
-La práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "Gran Promesa" (*) hecha por Jesús a Santa Margarita María de Alacoque. En una época en la que la comunión sacramental era muy rara entre los fieles, la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó significativamente a restablecer la frecuencia de los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros días, la devoción de los primeros viernes de mes, si se practica de un modo correcto, da indudable fruto espiritual.