Aprovechar el tiempo.
Cada año que comienza, cada día, cada hora, es una nueva oportunidad que nos da Dios para ser mejores y ganarnos el Cielo. No desaprovechemos el tiempo que se nos concede, porque el tiempo que pasa no vuelve, y lo que hagamos en él, queda sellado para toda la eternidad.
En el mundo hay un dicho que dice: “El tiempo es oro”. Pero para un cristiano este dicho se debe cambiar por el siguiente: “El tiempo es gloria”. Porque cada momento de nuestra existencia lo podemos aprovechar para realizar buenas obras y así adquirir un tesoro inmenso para el Paraíso, para la Gloria del Cielo.
A veces estamos tan acostumbrados a ver pasar las horas, los días y los años, que nos parece la cosa más natural del mundo, y no pensamos que algún día, tal vez muy cercano, tengamos que dar cuentas de todo el tiempo que vivimos y entraremos en la eternidad, de gozo si hemos vivido de acuerdo a los Diez Mandamientos, o de horror si vivimos en pecado y morimos en ese lamentable estado.
No digamos que mañana comenzaremos a cambiar, a ser santos, sino digamos “hoy”. Porque hoy es el día que tengo que comenzar a santificarme, “ahora”, “ya” es el momento que debo comenzar a escalar el monte de la santidad, porque el después no sé si me será concedido. Y que esto valga también para la confesión, pues si tengo la desgracia de cometer un pecado grave, no tengo que esperar a mañana o después para confesarme con un sacerdote, sino que debo ir hoy mismo, ya mismo a confesarme cuanto antes, para volver a la amistad con Dios, que es el tesoro más grande que un hombre puede tener sobre la tierra, es decir, la gracia santificante, que es el bien más inmenso que podemos poseer.
Cada nuevo día que comienza tratemos de aprovecharlo al máximo, haciendo buenas obras y viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios. Y para hacer esto, pongámoslo bajo el amparo de María Santísima, que Ella nos guíe y cuide en él, tiempo que la Misericordia de Dios nos concede.