Jesús, María y José rezaban juntos y compartían pasajes de la Tora, recitando las grandes bendiciones. Decían entre ellos, shalom, paz, ya fuese al levantarse o al acostarse, en las comidas o en el trabajo. Esta paz no designaba solamente la ausencia de guerras o una vida tranquila, sino el bienestar de su familia, la armonía con la naturaleza y con Dios.
Cuando Jesús recorrerá las rutas de Palestina, se inspirará de su experiencia familiar para contar las parábolas. Se inspirará de las realidades de su pueblo, de elementos que nutrirán su predicación de la Buena Nueva: nacimientos, muertes, trabajos, siembra, cosecha, higueras, viñas, ovejas.
Jesús no glorificó a la familia, tampoco la denigró. Estableció un nuevo tipo de relación donde la humanidad es una inmensa familia en la cual se vive el amor y el perdón. Privilegia a los pequeños, los débiles, los niños, porque son signos del Reino de Dios. “En verdad les digo que, cuanto hiciereis por el más pequeño de mis hermanos, lo habréis hecho conmigo.” (Mateo 25,40)
|