Hablaba hace un tiempo con un amigo sobre cosas de fe, de oración, de misa…, todos esos temas que suele salir cuando nos encontramos con alguien que tiene ganas de meterse con los curas y tienen clavada por ahí alguna espinita que les escuece de su relación con Dios en el pasado. Lo que me dejó pensativo fue el final del “speech”: algo así como “no hay cosa más anticuada que el Rosario”. Podría haber dicho “antigua” –y estaríamos de acuerdo-, pero no: dijo “anticuada”.
Reconozco que me dejó noqueado. ¿El Rosario anticuado? ¡El Rosario anticuado! ¡El Rosario anticuado!... Es verdad que a muchos católicos nos falta un baño de realidad. No de verdad, pero sí de realidad. Tenemos el riesgo de vivir la fe hacia dentro. Como algo particular y como de familia. Una familia amplia que admite a los parientes, a los amigos con los que compartes la fe, o la gente de tu parroquia, o de tu movimiento, o de ese círculo más bien reducido en el que hablar del rosario no escandaliza a nadie, o que si vas a misa los domingos no te miran mal. Y fuera de ese círculo es posible que la gente piense que el Rosario esté anticuado…
¿Será que la Virgen María está anticuada? ¿Es que la devoción a la Virgen, el amor filial que me enseñaron desde pequeño en el cole, tiene fecha de caducidad, como un yogur o una medicina? Con ese criterio, el amor a mi mamá, la que me trajo al mundo, también tendrá fecha de caducidad. El amor de un marido a su esposa, ¿también tiene fecha de caducidad? No te digo ya el amor de un padre por sus hijos…
Me resulta extraño que el Rosario sea algo anticuado. Puede ser repetitivo, y si se hace sin gran devoción, monótono y aburrido. No lo niego, pero anticuado, no. A mí anticuado me parece que es tener un montón de defectos y caer una y otra vez, y no hacer nada por cambiar. A mí anticuado me parece criticar siempre a la Iglesia, como si fuera una piñata a la que a base de golpes esperas que algún día cambie ella (yo no, ¡claro!).
Yo creo que es todo lo contrario: podríamos hablar de cómo cada vez hay un resurgir del rezo del Rosario. En movimientos, seminarios, parroquias, asociaciones…, se va imponiendo el rezo del Rosario e, incluso con él, el rezo por parte de los laicos de la Liturgia de las Horas. Cuando uno escucha hablar de los mensajes marianos “antiguos” o “modernos”, se insiste siempre en la eficacia del Rosario. Podría parecer también anticuado, por la misma regla, la adoración eucarística, sin embargo se van ampliando en muchas diócesis las capillas de adoración perpetua, y las iglesias abiertas las 24 horas.
Siento que si el Rosario a algunos les puede parecer anticuado es porque afortunadamente en nuestros templos sigue habido un ejército incontable de viejitas rezándolo todas las tardes. Algún día, quizá, nos enteraremos de las almas que se salvan gracias a sus rosarios, y quizá no nos parezca tan anticuado sino un motivo de agradecimiento.
Quizá nos falte, justo ahora que estamos en octubre, el mes del Rosario, ponerle “alma, vida y corazón” a nuestro antiguo rezo.
Quizá recordando el origen del Rosario, éste se nos haga más fácil de rezar. Nace en torno al año 800 como una plegaria para los laicos, ya que estos no sabían leer, y de alguna forma emulaba a la lectura de los salmos que sí rezaban los monjes. 150 salmos… 150 padrenuestros. Con el tiempo aparecieron otros “salterios”, esta vez de 150 Aves Marías y 150 alabanzas en honor de Jesús y de María.
Santo Domingo de Guzmán, el fundador de los dominicos, tuvo una aparición de la Virgen en 1214 pidiendo que se rezara el Rosario. Originalmente, el santo desarrolló estos misterios como un método catequético para encausar a los descarriados por la herejía albigense, para quienes Cristo fue un ángel, y su muerte y resurrección tenían un sentido meramente alegórico.
Hubo diversas formas de rezarlo, hasta que en 1500 quedó establecido como lo conocemos ahora: quince misterios, cada misterio una decena y una meditación sobre algún hecho de la vida de Jesús o de María. Posteriormente, san Juan Pablo II, en 2002, añade además los Misterios Luminosos, los cuales hacen referencia directa a la vida de Cristo. En total, veinte misterios.
Todo esto me lleva a pensar que el Rosario está compuesto de dos elementos: una parte de oración mental, que nos lleva a meditar en la vida de Cristo (A Cristo por María) y, por supuesto, la oración verbal, la belleza de la alabanza con las palabras marianas más hermosas jamás dichas.
Quizá para muchos esté en desuso, pero no anticuado. Sería como decir que la fe cristiana, esa que es capaz de cambiar vidas, de trasformar corazones, de crear las mejores obras artísticas de las historia, está anticuada. Es como decir que las obras de misericordia: desde vestir al desnudo, a dar de comer al hambriento o enseñar al que no sabe, sean algo que está anticuado.
Quizá nuestro estilo de oración sí esté viejo, y nuestro corazón reumático y esclerotizado. Pero eso ya es otra historia, y para eso, magnífica idea sería rezar el Rosario para que la Santísima Virgen nos ayude en la conversión.