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General: La hora de Dios
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De: perladelmar (Mensaje original) |
Enviado: 06/03/2020 02:15 |
También para nosotros llegará la hora de Dios, en que el Señor tendrá misericordia de nosotros y nos liberará de nuestros males. Vemos en aquel pasaje del Evangelio que se habla de la hemorroísa, que luego de pasar doce dolorosos años de enfermedad, gastando el dinero en numerosos médicos que cada vez la dejaban peor, pudo llegar al encuentro con el Señor, al cual le “robó” una gracia tocándole sólo los flecos de su manto. Y para ella llegó la felicidad, llegó la hora de Dios. Viene a nuestra memoria, también del santo Evangelio, aquel paralítico que estaba postrado al borde de la piscina desde hacía más de cuarenta años. Hasta que pasó por allí Jesús, lo vio, y lo curó y fue feliz. Le había llegado la hora de Dios. Y para nosotros también llegará la hora de Dios, porque somos sus hijos, y muy amados por Él. Pero llegará, si no es en este mundo, será en el más allá, cuando cantemos gloriosos y triunfantes las maravillas del Señor. Esperemos esa hora. Que todo nuestro padecer de ahora nos sea provechoso para redimirnos y ayudar a redimir a los demás, que nada sucede en balde, sino que todo es para nuestro bien. ¡Cuántos leprosos que narra la Escritura, que vivieron toda una vida leprosos, y fueron curados en un instante! ¡Cuántos ciegos, incluso de nacimiento, que vieron la luz al llegar a adultos! Y el mismo anciano Simeón, después de toda una vida de espera ansiosa, sólo vio la Luz, al Mesías, en el ocaso de su vida, a un paso de su muerte. Dios tiene sus tiempos, que son los correctos, y que llegarán sin demorarse, porque cuando suene la hora de Dios, no tardará ni un solo instante demás, porque Dios es bueno y tiene prisa por socorrernos, y todo lo que hace o permite es siempre para bien nuestro. Las cruces son valiosas. Tanto que el mismo Padre eterno se la regaló a su Hijo amadísimo Jesucristo. Y cuando el Padre nos ama mucho, entonces también nos trata como a su Hijo. Pero ¿quién podrá pesar el premio que mereció Cristo por padecer y hacer la voluntad del Padre, por soportar la cruz? También nosotros mereceremos gran gloria por saber sobrellevar nuestra cruz hasta que suene la hora de Dios, en que seremos liberados para siempre, y ya sólo quedará el gozo sin fin y sin parangón. Esperemos la hora de Dios, que llegará a su debido tiempo, y que podemos acelerarla, o al menos, prepararnos a ella, por medio de la oración perseverante.
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También para nosotros llegará la hora de Dios, en que el Señor tendrá misericordia de nosotros y nos liberará de nuestros males. Vemos en aquel pasaje del Evangelio que se habla de la hemorroísa, que luego de pasar doce dolorosos años de enfermedad, gastando el dinero en numerosos médicos que cada vez la dejaban peor, pudo llegar al encuentro con el Señor, al cual le “robó” una gracia tocándole sólo los flecos de su manto. Y para ella llegó la felicidad, llegó la hora de Dios. Viene a nuestra memoria, también del santo Evangelio, aquel paralítico que estaba postrado al borde de la piscina desde hacía más de cuarenta años. Hasta que pasó por allí Jesús, lo vio, y lo curó y fue feliz. Le había llegado la hora de Dios. Y para nosotros también llegará la hora de Dios, porque somos sus hijos, y muy amados por Él. Pero llegará, si no es en este mundo, será en el más allá, cuando cantemos gloriosos y triunfantes las maravillas del Señor. Esperemos esa hora. Que todo nuestro padecer de ahora nos sea provechoso para redimirnos y ayudar a redimir a los demás, que nada sucede en balde, sino que todo es para nuestro bien. ¡Cuántos leprosos que narra la Escritura, que vivieron toda una vida leprosos, y fueron curados en un instante! ¡Cuántos ciegos, incluso de nacimiento, que vieron la luz al llegar a adultos! Y el mismo anciano Simeón, después de toda una vida de espera ansiosa, sólo vio la Luz, al Mesías, en el ocaso de su vida, a un paso de su muerte. Dios tiene sus tiempos, que son los correctos, y que llegarán sin demorarse, porque cuando suene la hora de Dios, no tardará ni un solo instante demás, porque Dios es bueno y tiene prisa por socorrernos, y todo lo que hace o permite es siempre para bien nuestro. Las cruces son valiosas. Tanto que el mismo Padre eterno se la regaló a su Hijo amadísimo Jesucristo. Y cuando el Padre nos ama mucho, entonces también nos trata como a su Hijo. Pero ¿quién podrá pesar el premio que mereció Cristo por padecer y hacer la voluntad del Padre, por soportar la cruz? También nosotros mereceremos gran gloria por saber sobrellevar nuestra cruz hasta que suene la hora de Dios, en que seremos liberados para siempre, y ya sólo quedará el gozo sin fin y sin parangón. Esperemos la hora de Dios, que llegará a su debido tiempo, y que podemos acelerarla, o al menos, prepararnos a ella, por medio de la oración perseverante.
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