La serenidad, esa tranquilidad del alma que tanto valoraba Séneca, no se manifiesta con el toque de una varita mágica. Para encontrarla o recuperarla, será necesario retomar el control de nuestras emociones.
Recuperar la confianza en nosotros mismos y nuestras capacidades para recuperarnos podrá crear o devolvernos la paz interior.
Hay que ser pacientes: el tiempo es, sin duda, el mejor aliado.
Vivir y aprovechar el momento presente: admirar un rayo de sol, el canto de un pájaro, la sonrisa de un niño…
Desarrollar una mirada positiva frente a esta vida que se nos ha dado, por infame que pueda ser, nos abre a este estado del alma que es la paz interior.
Jesús, el maestro espiritual por excelencia
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Estas actitudes, difíciles de contemplar en tiempos duros, pueden verse ayudadas por una práctica con cartas de nobleza: la meditación.
Los cristianos no esperaron a las experiencias de sus hermanos orientales para desarrollar esta forma de oración silenciosa contemplativa.
Alimentada por la tradición bíblica y los Padres del desierto, la meditación puede guiarnos al corazón de nuestra relación con Jesús, el maestro espiritual por excelencia.
Zarandeados por la tormenta, permitamos, con la ayuda del Espíritu Santo, que Cristo nos mire.