Confiar en Dios.
Debemos confiar en Dios porque Él es Bueno infinitamente y nunca nos puede hacer algún mal. Esto hay que tenerlo bien en claro para no confundirnos cuando decimos que Dios castiga, porque el mal nunca puede venir de Dios, sino que viene de Satanás, y a veces Dios lo permite para nuestro escarmiento, pero sobre todo para sacar un bien de ese mal y hacernos avanzar en el camino hacia la santidad.
De Dios viene todo lo bueno que tenemos, que somos y que recibimos; en cambio, del demonio vienen todas las enfermedades, epidemias, calamidades naturales, etc., porque Satanás es el mismo Mal y odia al hombre y le pone pruebas en su camino para desanimarlo y hacerlo rebelar contra Dios. Pero Dios no lo quiere el mal ni lo ha creado, aunque a veces lo permite por un motivo de bondad hacia nosotros, que si no comprendemos aquí en la tierra, lo comprenderemos con toda claridad en el Cielo.
Es necesario orar mucho para salir bien parados de las pruebas que nos tiende Satanás y que Dios a veces permite, porque a través de la oración se recibe toda clase de ayuda celestial, gracias y dones, y fortaleza para salir victoriosos.
Así que para cimentar bien nuestra confianza en Dios, recordemos que Él es BUENO y que de Él solo puede venirnos el bien. Entonces ¡qué grande debe ser nuestro amor y confianza en Dios, porque es un Padre bueno que da todo a sus hijos!
Si ponemos la confianza en pobres hombres mortales capaces de equivocarse y traicionarnos, ¿por qué no poner nuestra absoluta confianza en Dios, que es perfecto, no se equivoca y jamás nos traicionará porque es Fiel? Recordemos que Jesús le revela a Santa Faustina Kowalska que el pecado que más lo hiere es el de la desconfianza del alma hacia Él, y especialmente de las almas elegidas y consagradas. No seamos de los que tienen poca confianza en Dios y, pase lo que pase sigamos confiando en Él que nos sacará de la prueba y no permitirá que la tentación y el mal sobrepasen ni siquiera un milímetro más allá de lo que Dios permite para nuestro bien. ¡Confiemos en Él!
¡Ave María purísima! ¡Sin pecado concebida!
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