UNA MONEDA PERDIDA
Una mama dio a su hijo dos monedas un domingo por la mañana y le dijo que una moneda era para la ofrenda en la misa y la otra era para que la gastase como mas le agradara.
Cuando iba por la calle camino del templo, el niño iba jugando con las monedas. En una de tantas veces, se le cayó una de las monedas y empezó a rodar veloz. Aunque corrió tras ella no pudo evitar que cayera en una alcantarilla y se perdiera.
Se puso muy triste por un momento y de pronto se le iluminaron los ojos y dijo:
“Señor, lo siento mucho, pero se me ha extraviado tu moneda.”
Y sin duda, el Señor pierde muchas de sus monedas de esta manera. Frecuentemente damos al Señor lo que nos sobra. Muchas de las monedas que le corresponden al Señor son usadas en infinidad de cosas que nos atraen y nos gustan. Y cuando tenemos las manos vacías, decimos como el niño: “Lo siento, Señor, es tu moneda la que se ha perdido.”
“Cada uno de según lo que decidió personalmente, y no de mala gana o a la fuerza, pues Dios ama al que da con corazón alegre. Y poderoso es Dios para bendecirles de mil maneras, de modo que nunca les falte nada y puedan al mismo tiempo cooperar en toda obra buena” (2da Corintios 9,8