A Juan no le caía bien el gato de su familia, así que decidió deshacerse de él.
Lo subió a su auto y lo dejó a 20 cuadras de la casa, pero al regresar lo
encontró frente a la entrada. Al otro día lo abandonó a 40 cuadras de distancia, y pasó lo mismo.
Frustrado, la mañana siguiente le dio un tortuoso paseo, con vueltas a la derecha, a la izquierda
y en U, para desorientarlo, y al final lo dejó en un parque, al otro extremo de la ciudad.
Cuatro horas después, telefoneó a su esposa y le preguntó:
—Mi vida, ¿está el gato ahí?
—Sí, ¿por qué? —contestó su mujer.
—Es que me perdí y necesito que me diga cómo regresar