Había una vez dos amigas, Sofía y Lucía, que vivían en un pequeño pueblo rodeado de jardines llenos de rosas.
Desde pequeñas, habían sido inseparables y compartían todos sus secretos y sueños.
Un día, Lucía se mudó a otra ciudad por motivos de trabajo, y Sofía se quedó en el pueblo, cuidando el jardín de rosas que habían cultivado juntas.
Aunque la distancia las separaba, su amistad permaneció fuerte. Cada semana, Sofía enviaba a Lucía un ramo de rosas frescas del jardín, junto con una carta contándole sobre su vida en el pueblo.
Lucía, a su vez, respondía con historias sobre su nueva vida en la ciudad y cómo las rosas de Sofía la hacían sentir cerca de su amiga y del pueblo que había dejado atrás.
Con el tiempo, las rosas se convirtieron en un símbolo de su amistad indestructible. Incluso cuando Lucía regresó al pueblo años después, las rosas seguían floreciendo en el jardín, recordándoles a ambas la fuerza y la belleza de su amistad.