Escribo un libro, es parte mi diario, de anónimas conquistas y derrotas, y es agenda de sueños y proyectos con que la mente el porvenir adorna. Pero es más que eso, es íntima añoranza de utopías de amor que aún hoy se agolpan al borde de mi espíritu, reclamando lugar, presencia y hora. Les fui dando entidad, año tras año, revistiendo sus formas de probabilidad, de expectativa, de visiones de músculo y alcoba, pero sin nacimiento definido, y hoy reclaman crepúsculos, auroras, noches de carismáticos desvelos, ronroneos al pie de las farolas, sabor de nata y miel sobre la lengua, y chasquidos de besos en la boca; cuanto les prometí en las soledades de mis vivos deseos. Me reprochan su quimérico estado de fantasmas, sin latidos, sin piel, pálidas sombras.
La vida de mis versos no es la que ellas anhelaban; se ven como gaviotas en círculos eternos, incapaces de romper su perenne trayectoria sobre el mar o la playa, sin posarse en la arena o en las olas.
Y no sé que decirles que remedie mi error o su congoja.
Tanto quise emprender, mas indeciso fallé en mi cometido; tanto aroma se me desvaneció, sin inhalarlo; y sin saber desentrañar la absorta mirada ante mis ojos, tantas veces proseguí en soledad devastadora… Los pasos escuchados a la espalda, la palabra que tímida se esboza, la sonrisa gentil que se insinúa, tantos acercamientos, tal idioma a medias solamente interpretado, o que en la prisa juvenil se ignora.
Hoy lo grito en mis versos, mientras mi propia edad se desmorona.
Ah, mis tiernos espectros del pasado, si yo os pudiera revivir ahora…