El hechizo de una tarde soleada de invierno, tiene el encanto del silencio que enmudece los recuerdos, y la callada madreselva esparce su nostalgia amarilla en la soledad de mi balcón.
Escucho el trinar de algún jilguero que al pasar se deja oír, y mi sombra inmóvil recuerda el canto de noviembre con su galope de nubes y la llama del cirio iluminando la repisa donde rezan los devotos…
Eran mocedades castas sin malicias, ni sutilezas eran tiempos de pureza y virtud… A mis espaldas tiemblan las luces por el viento juguetón y los caireles tintinean mientras sus luces forman frisos movedizos que danzan por las paredes al compás de mis ensueños…
Mi llanto de madera se recuesta desnudo entre los párpados y mis suspiros llenando de magia la estancia, y llamándote en voz baja… Mojado de tibio rocío salen de mi alma las letras amadas y el misterio que acompaña este instante es mudo presagio de cosas apagadas que atesoran el secreto de ese amor puro ternuras… puro candor… perdido por el dolor del mundo…